Mundo Agrario , vol. 14, nº 27, diciembre 2013. ISSN 1515-5994
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Centro de Historia Argentina y Americana

ARTICULOS /ARTICLES

La legitimación del “Proceso de Reorganización Nacional” en el ámbito local. Actores y estrategias discursivas en torno a la Primera Exposición Internacional de la Producción, la Industria y el Comercio. Junín, 1977*

The legitimacy of the "National Reorganization Process" locally. Actors and discursive strategies around the First International Exhibition of Production, Industry and Commerce. Junín, 1977

Evangelina Máspoli

Instituto de Educación Superior para América latina y el Caribe (IESAC),
Universidad Nacional de Quilmes Universidad Nacional de La Plata (Argentina)
maspolievangelina@yahoo.com.ar

Resumen
Este trabajo se propone explorar las estrategias de legitimación que se desplegaron en un espacio local acotado durante la primera etapa del llamado “Proceso de Reorganización Nacional” en la Argentina. Desde una mirada centrada en los actores, en el análisis del discurso y en la historia local se analizarán los discursos que funcionarios y personalidades de relevancia nacional, provincial y local pronunciaron durante la Primera Exposición Internacional que se llevó a cabo en la ciudad bonaerense de Junín en octubre de 1977. Se intentarán vislumbrar los idearios y las representaciones que construyeron en torno a la figura de los productores agropecuarios, de los intendentes y de los municipios, como también sus vinculaciones con la dimensión simbólica del proyecto autoritario en el que pretendió sustentarse aquella dictadura.

Palabras clave: “Proceso de Reorganización Nacional”, funcionarios civiles y militares, estrategias discursivas, legitimación, ámbito local.

Abstract
This paper proposes to explore the strategies of legitimation that were deployed in a space bounded local during the first stage of the so-called "National Reorganization Process" in Argentina. From a vision focused on the actors, in the analysis of speech, and in the local history will be analyzed the speeches that officials and personalities of national importance, provincial and local made during the First International Exhibition that took place in the city of Buenos Aires (Junín) in October 1977. They try to envision the ideals and representations constructed around the figure of the agricultural producers of the mayors and municipalities, as well as links with the symbolic dimension of authoritarian project which sought to sustain that dictatorship.

Key Word "National Reorganization Process", civil and military, discursive strategies, legitimacy, local level.

1. A modo de introducción

Las transformaciones estructurales ocurridas durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina, resultado de la imposición de una serie de medidas caracterizadas por la radicalidad de los cambios económicos, sociales y políticos producidos, tuvieron consecuencias a corto y a largo plazo que signaron el devenir de nuestro país durante las décadas posteriores. El modo en el que se articuló una política económica aperturista, orientada a la desindustrialización selectiva y afín a los intereses de las fracciones más concentradas del capital, con una política represiva dirigida selectivamente a desactivar el campo de conflictividad social que había caracterizado el escenario previo al golpe de 1976, determinó cambios de una intensidad hasta entonces desconocida (Canelo, 2001). El proyecto que se despliega a partir de ese momento se orientó a desmantelar la estructura socioproductiva ligada al Estado de Bienestar y a modificar la relación de ese Estado con la sociedad en su conjunto.

Centrar la mirada en el proyecto de la dictadura que se autodenominó “Proceso de Reorganización Nacional” nos conduce a analizar el posicionamiento de los actores que conformaron la alianza que promovió el derrocamiento de María E. Martínez de Perón y contribuyó, en grados y perspectivas diversas, a sustentar a ese régimen a lo largo de sus diferentes etapas. Observar los propósitos y los objetivos comunes que atravesaron tanto a las fracciones civiles dentro de los sectores dominantes como a las de las Fuerzas Armadas nos permite desentrañar en esa trama compleja, al menos tres dimensiones de aquel proyecto. La primera, vinculada con una ofensiva clasista del capital contra el trabajo que apuntaba a quebrantar el poder de movilización y resistencia que había acumulado la clase obrera argentina en las décadas anteriores (Pozzi, 1988; Castillo, 2004; Basualdo, 2006). En segundo término, una ofensiva contrarrevolucionaria centrada en el aniquilamiento de los actores más radicalizados a través del despliegue de una represión sin precedentes que recayó sobre las organizaciones armadas, los partidos de izquierda, el sindicalismo clasista y todos aquellos calificados como “subversivos” (Calveiro, 1998; Corradi, 1996). Por último, podemos identificar en el proyecto que dio forma al golpe un intento de recomposición hegemónica de los sectores dominantes sobre el resto de la sociedad, en los planos simbólico y cultural; un aspecto que, inferimos, se liga estrechamente a las pretensiones refundacionales que esa dictadura intentó encauzar.

Si centramos la mirada en esta última dimensión veremos que el “Proceso” fue la expresión no solo de políticas económicas y represivas, sino además de una serie de proyecciones vinculadas con representaciones e idearios socioculturales compartidos que acercaron a las fracciones civiles con las militares ligadas al régimen. Asimismo, explicar la dictadura como un proceso integral que interrelacione esas tres dimensiones permite rescatar no sólo el posicionamiento de los actores y de los sectores sociales que acompañaron, sino también los intereses y los conflictos que se pusieron en juego.

Si bien la memoria construida luego de la transición a la democracia de 1983 y los relatos vinculados a ella se han sustentado, por un lado, en la imperiosa necesidad de esclarecer los crímenes cometidos durante la última dictadura militar, y por otro, en el repudio generalizado de amplios sectores sociales, han ocluido, no obstante, el grado nada desdeñable de apoyo y consenso social que tuvo ese régimen al menos durante sus primeros años (Franco, 2012; Lvovich, 2009). Retrotraernos al momento del golpe y a la etapa inmediatamente posterior nos conduce a atender las estrategias que utilizó aquella dictadura para construir consenso y legitimarse frente a la sociedad. En ese sentido, siguiendo una tradición de la teoría política, Hugo Quiroga identifica tres fuentes de legitimidad a partir de las cuales intentó sostenerse el gobierno dictatorial: una legitimidad de origen, que estaría dada por el contexto de enfrentamiento previo al 24 de marzo que había sido construido discursivamente como una situación de “caos”, argumentándose que la “demagogia” peronista la había fomentado; una legitimidad de ejercicio, derivada de la facultad que desde 1930 se arrogaron las Fuerzas Armadas para impartir orden en la esfera pública; y una legitimidad de fines, basada en los propósitos de reinstauración republicana que, en un futuro, el régimen debía encauzar (2004: 50- 54). Sin embargo, los interrogantes que emergen respecto de esta problemática giran en torno a cómo se pusieron en práctica esas distintas legitimidades, con qué actores, a través de qué estrategias y en qué espacios se desplegaron.

Desde una perspectiva centrada en lo local y en el análisis del discurso, intentamos aproximarnos en este trabajo a aquellos interrogantes y explorar la dimensión simbólica que, en el plano sociocultural y político, acompañó e interactuó con las medidas económicas y las políticas represivas durante la primera etapa del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. Nos centramos en un estudio de caso: la Primera Exposición Internacional de la Producción, la Industria y el Comercio que se llevó a cabo en la ciudad bonaerense de Junín en el mes de octubre de 1977. La misma contó con el auspicio del gobierno provincial, y el financiamiento y la promoción del Banco Provincia, mientras que su organización quedó a cargo de la Sociedad Rural local, que -además- prestó sus instalaciones para las actividades propuestas en las distintas jornadas. A través de una serie de gestiones de autoridades locales y provinciales se acordó la visita a la ciudad de diferentes personalidades, entre ellas la del presidente de facto Jorge R. Videla. Entendemos que en ese contexto se desarrollaron distintas prácticas sociales y discursivas en las que se desplegaron una serie de estrategias tendientes a legitimar al gobierno dictatorial en el espacio local; como también, a enfrentar las primeras críticas que en materia de política agropecuaria comenzaban a emerger en la esfera pública.

El interés del trabajo es, entonces, reconstruir las estrategias discursivas y examinar las representaciones y los marcos referenciales amplios en los discursos que pronunciaron personajes de relevancia local, provincial y nacional en aquella muestra. Veremos que una de las estrategias más recurrentes es la apelación a los relatos del pasado para legitimar las relaciones de dominación en ese presente a través de la analogía que vinculaba a los hombres de la llamada “Generación del ‘80” (enaltecidos por el liberalismo argentino como los forjadores de la nación) con los militares procesistas y la necesidad de reencauzar el proyecto nacional que había quedado trunco tras el avance del “populismo” y la “subversión”. Deducimos que esta representación funcionó como una estrategia discursiva que contribuyó a legitimar el accionar de las Fuerzas Armadas en el espacio público. Seguidamente, intentamos aproximarnos al rol que se les asignaba a los municipios, y la forma en que fueron construidos discursivamente sujetos tales como los productores agropecuarios y autoridades municipales como los intendentes. Finalmente, procuramos establecer el posicionamiento de los distintos actores que interactuaron en esa coyuntura particular durante el período en cuestión. Respecto de este punto, aclaramos que la intención no es juzgar a esos actores sino contribuir a la comprensión del complejo fenómeno dictatorial, al menos en una de sus aristas menos exploradas.

2. Perspectiva de análisis
2.1. El discurso como práctica social

Para analizar las estrategias discursivas empleadas por los funcionarios civiles y militares en el marco de la citada exposición, adoptamos una perspectiva que concibe el discurso como una práctica social, entendiendo que los significados se crean, se refuerzan, se mantienen o rechazan sólo en el contexto social; mientras que el lenguaje tiene una función primordial en la conformación de las identidades individuales y colectivas, como también en la construcción de las relaciones sociales. Desde esta óptica, los discursos son formas de significar un ámbito particular de la práctica social desde una perspectiva específica (Fairclough, 1993; van Dijk, 2000).

En tanto que el discurso es parte de la vida social, cuando nos referimos a él debemos remitirnos necesariamente a las formas de acción y relación entre las personas que se articulan a partir del uso lingüístico (oral o escrito) enmarcado en un contexto particular. Es decir que, desde el punto de vista discursivo, cuando un individuo se expresa, construye piezas textuales que se orientan a unos fines y están en interdependencia del contexto (lingüístico, cognitivo y sociocultural). Cuando estas formas lingüísticas se ponen en marcha, construyen distintos modos de comunicación y de representación del mundo (Calsamiglia Blancafort y Tusón Valls, 1999: 15).

El discurso, en tanto que práctica social, está regulado por una serie de normas, reglas o principios de índole textual y sociocultural que permiten a los individuos construir fragmentos discursivos coherentes y apropiados a cada situación de comunicación. Esta perspectiva implica considerar a las personas que hacen uso de esas formas y los marcos ideológicos o visiones del mundo que se ponen en juego en cada situación comunicativa junto a una serie de intenciones, metas o finalidades que guían determinadas estrategias encaminadas a la consecución de esos fines. Asimismo, supone atender al entramado de relaciones sociales, a las identidades y los conflictos, dado que los usuarios de las lenguas están insertos en una compleja red de relaciones de poder, de dominación y de resistencia, que configuran las estructuras sociales (Calsamiglia Blancafort y Tusón Valls, 1999: 16).

De tal forma, los discursos y las prácticas a él asociadas contribuyen a la construcción de identidades y de vínculos sociales, como también a significar el mundo, sus procesos, entidades y relaciones. Por su parte, en las prácticas discursivas se ponen en juego distintas estrategias que están guiadas por una serie de operaciones en las que intervienen los marcos ideológicos que sostienen los sujetos sociales que se expresan. En lo que respecta a la reproducción de las relaciones de dominación, podemos identificar las estrategias que se orientan a legitimar dichas relaciones, mostrándolas como justas y dignas de apoyo a través de la universalización que presenta como generales intereses específicos, o la narrativización que recurre a los relatos del pasado para legitimar el contexto presente. La unificación construye simbólicamente la unidad como sustento de las relaciones de dominación, haciendo uso de determinados símbolos de unidad y de identificación colectiva. Por último, la fragmentación se orienta a segmentar individuos y grupos sociales que representan una amenaza para los sectores dominantes a través de la diferenciación, que enfatiza las características que desunen, o la expugnación de un “otro”, mediante la construcción simbólica de un enemigo (de Melo Resende y Ramalho, 2006).

En consecuencia, con respecto a este punto, la propuesta del presente trabajo apunta a analizar cómo se expresaron determinados actores identificados con la alianza cívico-militar que sustentó el “Proceso”, qué estrategias discursivas y qué representaciones sociales utilizaron, tomando como unidad de análisis los enunciados y la situación comunicativa, que es la que le aporta sentido; es decir, teniendo en cuenta el momento espacio-temporal en que fueron emitidos aquellos discursos.

2.2. Lo local y lo rural

Asimismo, para abordar las problemáticas delineadas en la introducción, adoptamos un enfoque que prioriza una escala de análisis reducida, centrando la mirada en el partido bonaerense de Junín. Inserto en un área regional que le imprime características propias, la elección del mismo responde al peso y al entramado que posee lo rural tanto en sus actividades económicas como en sus cosmovisiones, formas de vida y tradiciones. Concebimos el espacio rural desde una perspectiva que incluye aspectos observables y cuantificables (densidad poblacional, predominio de actividades primarias, acceso a determinados servicios básicos) pero también subjetivos y culturales. De tal forma, no lo pensamos como algo inmóvil, cerrado y socialmente homogéneo, sino como una entidad real que integra la subjetividad de los actores, sus imaginarios y representaciones (Salomón, 2011: 3).

En ese sentido, retomamos los aportes de Raymond Williams (2001) para pensar al entramado rural como un espacio cultural construido por operaciones simbólicas ligadas a un imaginario social, lo que les otorga a los aspectos culturales una importancia central en tanto que elementos constitutivos de las relaciones sociales que allí se expresan. Los imaginarios en torno a lo rural no son inmutables ni atemporales sino que varían de acuerdo al contexto socio histórico del que se trate. Por ello, están sujetos a la relación que mantienen con otros espacios (como los urbanos y metropolitanos) y a las múltiples visiones que sobre el mismo construyen diferentes sectores sociales a lo largo del tiempo. Por consiguiente, en la dinámica social las formas de construcción y percepción identitarias de los actores están atravesadas por la configuración social del espacio (Fernández y Dalla Corte, 2007). En consecuencia, suscribimos aquí a una perspectiva que define al concepto de ruralidad no sólo desde elementos de tinte objetivo sino de otros fundamentalmente subjetivos y/o culturales. De ahí la posibilidad de estudiarlo partiendo de los valores, las representaciones y los estilos de vida que responden a construcciones subjetivas de ese espacio particular; como también de prácticas políticas y culturales específicas surgidas de la interacción de distintos actores que le imprimen características propias (Salomón, 2011).

Las prácticas sociales que se forjan en espacios más acotados como las localidades y los municipios están atravesadas por relaciones interpersonales mucho más estrechas, que se desarrollan en el marco de una intensa vida asociativa que gira alrededor de múltiples espacios de sociabilidad (comisiones de fomento, asociaciones culturales, cooperativas, clubes, entre otros). Estas prácticas consolidan en el ámbito local un espacio público que se orienta a reforzar los lazos de pertenencia comunales aunque, en general, en interrelación con los provinciales y nacionales. De tal forma, podemos decir que espacios convocantes como las plazas y calles céntricas, o las instituciones como la Municipalidad, la Iglesia o las escuelas, constituyen el marco donde se despliegan determinadas prácticas (como conmemoraciones de fechas patrias y homenajes a distintas personalidades, asunción de autoridades o eventos sociales) que tienden a reforzar los lazos comunitarios a su vez que fortalecer la mediación identitaria entre la comunidad local y los ámbitos provincial y nacional.

En ese marco, la micropolítica local se construye principalmente a partir del compromiso con la comunidad y la interacción cotidiana con diferentes actores, sumado en algunos casos a cierto prestigio personal, que se transforman en factores clave que permiten el acceso a cargos públicos o de gestión, como también administrativos o representativos. Por su parte, la intervención en la esfera pública está mediada generalmente por distintos mecanismos como el recurso a la prensa y a los medios de comunicación, las gestiones ante las autoridades municipales y/o las asambleas organizadas en diferentes ámbitos. Dicho esto, nuestra propuesta apunta a analizar la micropolítica local en una etapa en la que, obturados los canales institucionales propios de los regímenes democráticos, la política (comprendida en sentido amplio) transitaba forzosamente por otras vías (Lvovich, 2010: 413).

En síntesis, percibimos lo local no como un microcosmos aislado sino como un espacio particular de interacción entre diversas escalas de análisis; y en ese sentido, entendemos la historia local como un pasaje que va y viene de lo micro a lo macro pretendiendo así abordar “localmente” un problema (Salomón, 2011: 6). La intención no es entonces aislar los procesos sociohistóricos experimentados en ese nivel sino más bien revelar lo particular dentro de fenómenos que, para el período que nos ocupa, han sido estudiados desde perspectivas más abarcadoras, lo que contribuiría en última instancia a complejizar la mirada sobre los mismos. Intentar explicar las prácticas sociopolíticas presentes en las localidades (pensadas como entidades construidas socialmente) obliga a prestar mayor atención a los protagonistas, a sus interrelaciones y a dinámicas específicas; pero comprendiendo que se encuentran necesariamente vinculadas con otras provenientes de los niveles provincial y nacional, las que, en definitiva, le otorgan coherencia y sentido.

Por último, nuestra propuesta está en sintonía con los trabajos que han indagado las actitudes y comportamientos sociales durante el período 1976- 1983, partiendo de la relación dictadura-sociedad civil. A su vez, coincidimos con Aguila (2008a) en la necesidad de ampliar los estudios locales y regionales para enriquecer la producción académica sobre la última dictadura militar argentina.

3. Civiles y militares. Tensiones, idearios y diagnósticos compartidos

Los trabajos que han avanzado en el estudio del actor militar y de los sectores civiles que apoyaron el golpe de 1976 y el régimen posterior sostienen que, lejos de encarar un poder monolítico, la alianza que sustentó el “Proceso” fue un conjunto heterogéneo que interactuó de forma compleja (Canelo, 2008a y 2008b). Siguiendo esta línea, entre quienes integraron los elencos gubernamentales de la dictadura encontramos a un conjunto variado de funcionarios civiles y militares que sostuvieron posiciones cercanas al liberalismo “tradicional” y a su vertiente modernizante, la “tecnocrática”, junto a representantes de las fracciones nacionalistas y corporativistas. Por su parte, donde más acabadamente se reflejó esta heterogeneidad fue en la composición del equipo económico encabezado por Martínez de Hoz.

Según expresan varios autores (O´Donnell, 1997; Canelo, 2004 y 2008b; Heredia, 2004), hacia mediados de la década del setenta se cristalizó una diferenciación entre los sectores vinculados al liberalismo a partir de la emergencia de una nueva vertiente. Este campo quedó así dividido entre los llamados liberales “tradicionales” y los “tecnócratas”. Entre los primeros se encontraban los voceros de las clases dominantes agrarias, diversificadas en actividades industriales, comerciales y financieras, que conservaban un destacado peso ideológico y un gran prestigio social; postulaban desde distintas tribunas (como el diario La Nación) el retorno al liberalismo económico vigente en el período de auge del Estado liberal, mediante un discurso oligárquico tradicional (Canelo, 2004: 230). Dentro del Ministerio de Economía, los principales exponentes de esta corriente eran el Secretario de Hacienda, Juan Alemann, y los funcionarios ligados a la Secretaría de Agricultura y Ganadería, Mario Cádenas Madariaga, Carlos Lanusse, Alberto Mihura y Jorge Zorreguieta; mientras que como “externos” al Ministerio estaban personalidades como Álvaro Alsogaray y Celedonio Pereda, este último miembro del Consejo Empresario Argentino y presidente de la Sociedad Rural entre 1972 y 1978 (Palomino, 1988). Entretanto, quienes componían la vertiente “tecnocrática” adherían a los postulados de la Escuela de Chicago y a las propuestas teóricas de Milton Friedman, las que, desde la década del setenta, se habían expandido en círculos privados como institutos de investigación, lobbies y empresas (Canelo, 2004, Heredia, 2004). Representantes de esta tendencia eran, entre otros, Guillermo Klein, Secretario de Programación y Coordinación Económica, y Alejandro Estrada, Interventor en la Junta Nacional de Granos (Canelo, 2008b). Finalmente, los nacionalistas y corporativistas, que tenían gran influencia en las Fuerzas Armadas, particularmente entre los llamados “señores de la guerra”, sustentaban posiciones cercanas al desarrollismo, la planificación y la modernización económica, en gran medida producto de la experiencia que habían acumulado en anteriores regímenes de facto. Su máximo exponente era el comandante del Cuerpo de Ejército II, Ramón Díaz Bessone, junto a los funcionarios vinculados al Ministerio de Planeamiento, cuando hacia mediados de 1976 se puso al frente de esa cartera (1).

A pesar de esta heterogeneidad, durante los primeros años del gobierno dictatorial la “lucha antisubversiva” obró como cohesionante de las fracciones al interior de la corporación militar y se constituyó en el principal recurso de legitimación frente a la sociedad (Canelo, 2001, 2004 y 2008a; Quiroga, 2004). Sin embargo, si situamos la mirada en aspectos socioculturales y políticos veremos que, pese a importantes discrepancias en cuanto a los lineamientos que debía adoptar la política económica (2), las distintas vertientes ideológicas de las que se nutrió la dictadura compartían un piso común de ideas de las que se derivaban una serie de diagnósticos compartidos con respecto a la crisis argentina. Según la interpretación de algunos investigadores, este sustrato ideológico común se anclaba en el liberalismo- conservador en tanto que ideología política (Morresi, 2010 y 2011) e ideario básico del “Proceso” (Vicente, 2010 y 2011), y posibilitaba la vinculación de los militares procesistas con los civiles cercanos al régimen.

De tal forma, uno de los factores que propició esa alianza se centró en una serie de ideas y diagnósticos compartidos respecto de la decadencia que había experimentado la Argentina desde el ascenso del populismo al poder. Desde esta perspectiva, el creciente intervencionismo de un Estado “sobredimensionado” e “ineficiente”, sustentado en prácticas “demagógicas” y “corruptas”, tenía no sólo sus correlatos en el plano sociopolítico, con la creciente activación de las masas y la “indisciplina” en el ámbito laboral, sino además en el cultural, con la disputa por la hegemonía en espacios educativos y de poder. Estos objetivos se vinculaban con el aniquilamiento de la “subversión”, la que, según los postulados que venimos siguiendo, ese populismo había ayudado a propiciar. De este modo, civiles y militares “podían no solo compartir un diagnóstico (la necesidad de eliminar a la guerrilla y ordenar la economía) sino también una receta: un estado de tipo autoritario, un ‘poder unificador’ capaz de reorganizar jerárquicamente a la sociedad” (Morresi, 2010: 113). Esta caracterización permite esclarecer en el análisis los aspectos ético-políticos de tal ideario, como también privilegiar las ideas de tipo culturalista, las que resultan inseparables de una visión del modelo económico en su conjunto (Vicente, 2010). Es allí donde aparece la concepción elitista de la política, orientada a señalar la capacidad de una minoría para regir los destinos del país y lograr reencauzar el proyecto nacional que había quedado trunco con el ingreso de las masas al Estado. En este sentido, se recupera el esquema de la “Generación del ‘80” en tanto que orden político excluyente de la participación de amplios sectores sociales en la vida política. Es que para las personalidades ligadas al gobierno de facto, esa generación fue la última en tener un proyecto verdaderamente nacional. En consecuencia, creemos que la apelación discursiva a la labor de los hombres ligados a ella fue el arquetipo con el cual se identificó a los militares procesistas para legitimar su intervención en la esfera pública. Sin embargo, no se trataba de proponer el mismo modelo sino más bien, desde una mirada modernizante, superar sus límites pero sosteniendo su espíritu (Vicente, 2010). Es así que, desde el prisma del liberalismo conservador, aquel era el horizonte común que servía de marco para comprender la función pública.

La resignificación de los legados de los hombres pertenecientes a aquella generación, enaltecidos por el liberalismo argentino como los forjadores de la Nación, se situó en consonancia con el proyecto que el “Proceso” venía a cimentar. Al cumplirse el centenario de la llamada “Conquista del Desierto” y del ascenso de Julio A. Roca a la presidencia, las representaciones y los idearios ligados a esa empresa, fueron conmemorados con fervor (3); mientras que, como veremos más adelante, la analogía entre esa “gesta civilizatoria” y el combate contra la “subversión” funcionó como una de las estrategias discursivas más recurrentes para legitimar durante los primeros años el accionar de las Fuerzas Armadas frente a la sociedad.

Las coincidencias básicas entre las distintas fracciones que apoyaron el “Proceso” incluyeron también a los sectores ligados a la vertiente nacionalista-corporativista que, hacia mediados de 1977, habían logrado un importante avance en distintos espacios de poder (Canelo, 2008b: 84). Expresión de ello fue, sin duda, la creación del Ministerio de Planeamiento en septiembre de 1976 mediante el decreto ley 21.431. Una de las causas que impulsaron su creación fue la necesidad de formular criterios de legitimación que reemplazaran a los estrictamente militares en el sostenimiento del gobierno dictatorial, lo que se cristalizó en la tarea primordial que se le asignó al nuevo ministerio: la redacción de un Proyecto Nacional (Canelo, 2004: 269). Según expresa Canelo, para los redactores de este documento “la coyuntura en la que se encontraba el régimen militar era producto del agotamiento del ‘Proyecto del 80’, a partir del cual la nación argentina se había quedado ‘sin política y sin proyecto’; de ahí la urgente necesidad de ‘lograr la adhesión y el consentimiento mayoritario de la población’, los que podrían ser reencontrados a través de la tarea de ‘diseñar y proveer al país de una política en el sentido alto del término’, tarea de ‘una nueva Generación del ’80’” (2004: 273). Por último, en cuanto a objetivos políticos, ese Proyecto se orientaba a promover “la vigencia del principio representativo como fundamento de la legitimidad de los gobernantes” otorgando a los municipios un papel central en tanto que “cuerpos intermedios” en el esquema de la organización futura de la República. Los mismos estarían ligados a los niveles superiores (gobiernos provincial y nacional) e inferiores (concejos o juntas vecinales) a través de diferentes instancias de orden consultivo, encargadas de recoger distintas demandas, al tiempo que encuadrar y encauzar la dinámica micro en los objetivos de la Nación en su conjunto (Proyecto Nacional, cit. por Canelo 2004: 274- 275).

4. Estrategias de legitimación en el espacio local
4.1. Hacia la Primera Exposición Internacional

A pocos días de producido el golpe, quien asumió la intendencia de Junín fue Roberto A. Sahaspé, un capitán retirado con vinculaciones dentro del Ejército. Pese a ser oriundo de la localidad de Azul, desde su pase a retiro en 1970 y luego de contraer matrimonio, había establecido su residencia en la ciudad y se había dedicado, entre otras tareas, a emprendimientos agrarios (La Verdad, 22/4/76). Por pertenecer a la misma fuerza, tenía afinidad personal con el gobernador Saint Jean y con otros funcionarios del régimen dictatorial, entre ellos el ministro de educación bonaerense Gral. (RE) Solari (Pellizzi, 2007; Rodríguez y Zapata, 2009). Estos vínculos, conjuntamente con su pertenencia institucional, determinaron que, una vez en el cargo, encuadrara la dinámica sociopolítica de la localidad bajo los objetivos del “Proceso”; rasgo que se mantuvo hasta poco después de finalizada la Guerra de Malvinas, cuando abandonó la intendencia (4).

Por aquellos años, la importancia del partido se medía en términos tanto urbanos como demográficos y productivos. Asimismo, Junín era una de las ciudades más pobladas del noroeste bonaerense (5), donde convergían distintas actividades relacionadas con el agro, el comercio y la industria; esta última, ligada a la presencia de talleres ferroviarios que le imprimían una relevancia significativa en términos de mano de obra empleada y tradición sindical. Esos factores fueron clave para situarla como uno de los polos más relevantes en el eje de planificación de las políticas a nivel provincial y regional durante la primera etapa del gobierno dictatorial.

En el mes de agosto de 1976 se realizó allí la 31ª exposición ganadera que la Sociedad Rural juninense organizaba anualmente. En esa oportunidad, contó con la presencia del Gobernador de facto Ibérico Saint Jean, del Ministro de Economía bonaerense Raúl Salaberren y del presidente del Banco de la Provincia de Buenos Aires, Roberto Bullrich. Es así que, poco después de clausurada la muestra, y mediante distintas conversaciones con Saint Jean y la sugerencia de un grupo de industriales nacionales y extranjeros, por decreto provincial se designó a la ciudad como sede de la Primera Exposición Internacional proyectada para el mes de octubre del año siguiente. Auspiciada por el gobierno bonaerense, contó con el financiamiento y la promoción del Banco de la Provincia, mientras que su organización quedó a cargo de la Sociedad Rural local, que convocó a la participación de toda la comunidad. Quien presidía por aquel entonces la entidad era Jorge Cogorno, proveniente de una de las familias de mayor peso en la región, medido en términos de riqueza y prestigio. Su padre había sido miembro fundador y primer presidente de la institución durante la segunda mitad de la década de 1940, además de haber ocupado el cargo de intendente municipal. Junto al jefe de gobierno de la comuna, y mediante distintas conversaciones, se logró además confirmar la presencia de Videla para la inauguración oficial de la exposición (La Verdad, 21/9/77).

La muestra Internacional fue la primera de su tipo en realizarse en la provincia y, por su importancia, situó a la ciudad en un lugar preponderante no sólo para la región sino también a nivel nacional e internacional. A tal efecto, desde enero de 1977 se inició una serie de obras, siendo una de las más importantes la construcción de una cúpula en el predio de la Sociedad Rural local. Por su magnitud, sería la más grande construida en territorio bonaerense; se la proyectó para albergar 120 stands y cobijar unas 4.500 personas aproximadamente (La Verdad, 8/1/77).

En ese marco, distintos funcionarios vincularon las proyecciones que estimaban para la Exposición y su lugar de realización con los lineamientos de una política más amplia. Asimismo, como veremos a continuación, en la mayor parte de los discursos que se pronunciaron en torno a la misma, la tónica general pareció apuntar a legitimar al gobierno dictatorial en momentos en que comenzaban a emerger las primeras críticas a la política económica en general y a la agraria en particular (6). En este contexto, el Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia, Jorge Girado, expresó sobre la importancia de la muestra que “es un reconocimiento al esfuerzo que están realizando los hombres de campo a la recuperación del país”, en alusión a la cosecha récord del año anterior (7).

Seguidamente, señaló que

[...] el año pasado, cuando desde su dependencia debieron salir a reclamar al hombre de campo un mayor esfuerzo incrementando las siembras hallaron una respuesta altamente positiva. Esta exposición es un reconocimiento del gobierno a este estado de ánimo del campo. (La Verdad, 20/5/77).

Por su parte, el presidente del Banco de la Provincia afirmó que “a Junín la considero un modelo de lo que el gobierno desea para su desarrollo futuro. Es una ciudad donde conviven producción primaria, comercio, industria, donde se dan todas las condiciones en materia de infraestructura” (La Verdad, 20/5/77).

En el ámbito local, la Exposición era vista como un acontecimiento de significativa trascendencia que implicaba la participación de la comunidad toda. Así lo deja entrever el siguiente relato que antecede a un reportaje efectuado al presidente de la Sociedad Rural de Junín:

El mes de octubre marca un hito en la historia de la ciudad puesto que la Exposición Internacional absorberá el interés de la ciudadanía toda, de sus fuerzas vivas, de las empresas y de aquellos que desde otros lugares del país, se acercarán para juzgar, analizar, participar o simplemente contemplar todo lo que Junín pueda ofrecerles (La Verdad, 6/10/77).

Seguidamente, Cogorno expresó: “Pensamos sentar las bases de una real unión agro-industrial. Sabido es que el país tendría un crecimiento mayor, y así se piensa en esferas de gobierno, con una fusión de las fuerzas de la industria, del comercio y de la producción agropecuaria” (La Verdad, 6/10/77).

Los medios nacionales también se hicieron eco de este acontecimiento. Clarín le dedicó todo el suplemento Clarín Rural del día 15 de octubre, con diferentes notas que versaban sobre las características del partido, desde el tipo de producción, las pautas de comercialización, las peculiaridades del suelo y del clima, hasta entrevistas con el Intendente y el presidente de la entidad ruralista local. El título de la portada rezaba: “La Exposición de Junín ya es internacional”, en tanto que el epígrafe expresaba

Nadie cuestiona el liderazgo de Junín en el noroeste bonaerense. Y lo prueba el apoyo unánime que ha recibido para la organización de la Primera Exposición [...], que se inaugurará hoy y a la que es posible aguardarle el mayor de los éxitos, ya que en Junín y su zona de influencia se conjugan las múltiples actividades del quehacer agropecuario, con importantes emplazamientos industriales. (Suplemento Clarín Rural, 15/10/77).

4.2. La visita de Videla a Junín

El 15 de octubre de 1977 fue la fecha fijada para la inauguración oficial de la Primera Exposición Internacional conjuntamente con la 32ª Exposición Ganadera, que anualmente se realizaba en Junín. En ese marco y producto de distintas gestiones, se preveía la visita de autoridades del ámbito nacional y provincial. Sin duda, una de las más esperadas era la del presidente de facto, Jorge R. Videla, dado que, durante la primera etapa del “Proceso”, su presencia cobraba a nivel local una relevancia significativa. Por su parte, “el gobierno militar otorgó una importancia central a la estrategia de ampliar sus bases de sustentación y de generación de consenso a partir de los municipios” (Lvovich, 2010: 414), lo que se expresó en aquella localidad en un hecho que sobrepasaba los marcos de una exposición orientada a exhibir los avances y proyecciones en el ámbito de la producción. A tal fin, desde la intendencia y en colaboración con otros miembros de la comunidad, se organizó una serie de actos tendientes a “rendirle homenaje”. Entendemos que tanto la presencia en esos espacios más acotados de reconocidos funcionarios ligados al gobierno dictatorial como las prácticas y rituales en torno a las mismas cumplían una doble funcionalidad: no sólo contribuían a legitimar la acción gubernamental sino además a vincular la dinámica sociopolítica de la localidad con otras dictadas desde el ámbito nacional.

Así, en la mañana del día 15, cuando Videla arribó a la ciudad acompañado por su comitiva, fue recibido por el Gobernador de la provincia, el General Suárez Mason, el Intendente Sahaspé, el Jefe de la guarnición local coronel Félix Camblor y autoridades civiles y eclesiásticas de la provincia de Buenos Aires (Clarín, 16/10/77: 3). Los actos que siguieron estuvieron orientados, como expresamos arriba, no sólo a legitimar al régimen dictatorial sino también a demostrar la conjunción de intereses de la comunidad con los objetivos de este. Según relata un cronista de La Verdad, “Después de tributados los honores de práctica por una batería del Grupo I de Artillería [...] con sede en esta ciudad, Videla y sus acompañantes [...] se dirigieron a la Municipalidad, cuyo titular entregó al primer mandatario las llaves simbólicas de la ciudad”. Posteriormente, se le hizo entrega de un decreto de honores suscripto el mismo día por el Intendente Municipal, en el que se consideraba

Que tal actitud [la decisión presidencial de concurrir a la inauguración de ambas Exposiciones] indica que la ciudad de Junín se apresta a vivir una jornada de características singulares, cuyo marco excede el ritual común de las programaciones habituales de [...] ceremonias oficiales, realizadas en su medio hasta el presente.

Finalmente, se señalaba que esta visita

[...] significa para los habitantes de Junín un motivo de hondo orgullo porque marca con esta presencia un hito en su rica trayectoria histórica, que compromete a todos los que hemos abrazado la tan ardua y difícil tarea de contribuir a la recuperación de nuestros valores morales, espirituales y materiales de la gran Nación de la cual S. E. es digno representante. (8)

Una vez en el palacio municipal, Videla se dirigió al salón de actos donde lo aguardaban los intendentes de varios partidos de la zona. Al referirse al rol que les cabía desempeñar a estos funcionarios, expresó que

[...] es el soldado que está peleando en la primera línea y que es el que tiene que dar la cara todos los días frente a la realidad de este país que reclama obras, que reclama preocupación, que reclama atención y sin menoscabo de los otros niveles de gobierno, es éste justamente el nivel del intendente municipal, el que tiene que afrontar esa dura tarea de todos los días, esa dura tarea que a veces es oscura, pero que es la que realmente rinde frutos. (La Verdad, 16/10/77: nota de tapa).

Y, en torno a dicha tarea, manifestó que

[...] es la que está con la realidad de la comunidad, es la que la comunidad mira y es la que en la comunidad pretende encontrar un espejo. Ustedes son dignos espejos de este proceso, y de ahí que la comunidad pueda ser un ejemplo de honradez [...], de dedicación [...] de entusiasmo como es el que cumplen todos los días. (La Verdad, 16/10/77: nota de tapa).

La crónica continúa relatando el periplo que condujo al primer mandatario hacia el predio de la Sociedad Rural local, donde se inaugurarían oficialmente la exposición internacional y la ganadera. Luego de la charla con los intendentes y previa visita a la sede de la Guarnición Militar (donde, luego de pasar revista a las tropas junto al coronel Camblor, dialogó “extensa e informalmente con sus jefes y oficiales”), Videla se trasladó finalmente al predio de aquella entidad. Allí fue recibido por su presidente, Jorge Cogorno, y por otros miembros de la comisión directiva, y se instaló en el palco oficial. Entre las personalidades que presidieron el acto se encontraban el Gobernador bonaerense, el Secretario de Agricultura y Ganadería de la Nación, el Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia y el Comandante del Ejército I, Guillermo Suárez Mason. Afín al carácter internacional de la muestra, se contó además con la presencia del embajador de la Argentina en Francia, Joaquín de Anchorena, y los embajadores en nuestro país de Italia y Francia, junto al agregado cultural de la embajada de Alemania federal. Así, la mayor parte de las fotografías que reprodujeron tanto los diarios locales como La Nación y Clarín (estos últimos, también en la portada) plasmaron la imagen de la máxima autoridad del régimen dictatorial en el palco oficial, flanqueado a su derecha por el general (RE) Saint Jean y a su izquierda por el presidente de la entidad ruralista local.

4.3. El acto inaugural

En el marco de la inauguración de las exposiciones que venimos siguiendo, distintos funcionarios del gobierno dictatorial pronunciaron una serie de discursos en los que se pueden distinguir ciertos núcleos semánticos anclados en el ideario liberal conservador. Como expresamos más arriba, las representaciones en torno a la crisis argentina, los diagnósticos y las posibles salidas de la misma conformaron marcos referenciales amplios que, en los aspectos sociopolíticos y culturales, contribuyeron a acercar a las fracciones civiles y militares durante los primeros años del régimen dictatorial. Y también allí se pusieron en juego distintas estrategias discursivas que tendieron, en última instancia, a legitimar el accionar de las Fuerzas Armadas y de sus funcionarios civiles en la esfera pública.

De este modo, en la noche anterior al acto de inauguración oficial, el presidente de la entidad ruralista local pronunció un discurso en el que aparece una primera representación centrada en un pasado heroico que era necesario reencauzar. Frente a los desaciertos de una política que calificaba como “demagógica y corrupta”, Cogorno contrastó la capacidad de colaboración del hombre de campo en el proceso de recuperación iniciado en marzo de 1976, en conjunción con los intereses de quienes encabezaban a partir de entonces el Estado nacional. Así, entendía tanto la organización como la puesta en marcha de la muestra en términos de esa capacidad de cooperación del “hombre del interior para verter la imagen de un país pujante” y en recuperación. Esas analogías se enriquecen además por la historia inmediata del espacio convocante. Cogorno relataba que precisamente en Junín, dos años atrás, se había desarrollado el Congreso Anual de CARBAP del que emergió la declaración de Productores Agropecuarios de Buenos Aires que enfrentó a la política del gobierno justicialista. En sus palabras, “significó un acto de valor” y “una esperanzada resurrección del espíritu nacional”; un momento en el que los productores habían enfrentado el embate del gobierno justicialista a “un estilo de vida al cual estábamos acostumbrados por una tradición de la cual nos sentíamos orgullosos y que era públicamente negada” (Democracia, 15/10/77:8). En la reconstrucción que realiza de ese pasado inmediato cobra fuerza el accionar de aquellos sujetos con los que se identifica, los productores agropecuarios, cuya decidida actitud se orientó a no permitir que

[...] el marxismo acampara en nuestra ciudades, en nuestras fábricas, en nuestros campos y [...] en las almas frágiles y desamparadas de nuestros hijos. Sus corazones no eran carpas para que se instalaran guerrilleros ni demagogos. (Democracia, 15/10/77: 8).

Sin embargo, distingue la necesidad de mirar hacia el futuro, “recordando sin rencores un pasado lleno de episodios subalternos”. Esta operación discursiva tiende asimismo a legitimar las relaciones de dominación, que son presentadas como justas y dignas de apoyo a partir de la contraposición con un pasado inmediato construido en términos negativos y confrontativos. De este modo, siguiendo a Cogorno, los gobernantes y aquellos que se encontraban ligados a los sectores de la producción, especialmente los productores agrarios, debían encauzar en ese presente el proceso de recuperación que creía ya en marcha, redoblando los sacrificios que implicaba la superación de aquella etapa. Y, frente a las voces disonantes, expresaba:

Tenemos con orgullo un Gobierno Nacional y Provincial a quienes se les pueden decir francamente las cosas sin que se sensibilicen como en los años superados, en el que el único tono permitido era el del halago al príncipe. (Democracia, 15/10/77: 8).

Finalmente, su discurso se cierra con la analogía tendiente a identificar la gesta de los hombres de la Generación del ’80 con los objetivos del “Proceso”.

Y si algo trascendental pedimos hoy a la Divina Providencia [...] es que la ilustre generación del 80, encuentre en sus protagonistas de hoy, los émulos para trazar un país [...] en cuyo tiempo la prosperidad general y la concordia ciudadana sea un faro para que irradie sus luces por generaciones largas. (Democracia, 15/10/77: 8).

Ya durante el acto inaugural, y luego de los rituales centrados en el izamiento de la bandera y la entonación del himno nacional, habían hecho uso de la palabra el presidente de la entidad, el Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia y el Secretario de Agricultura y Ganadería de la Nación, respectivamente. En esta ocasión, el discurso de Cogorno retomó la tónica de resaltar las potencialidades de Junín, en sintonía con los lineamientos de la política provincial en cuanto a aunar agro e industria con el objetivo de potenciar el crecimiento económico no sólo de la región sino también del país en su conjunto.

Por su parte, el discurso del Ministro Girado presenta tres secciones claramente diferenciadas. La primera se orienta a presentar los altos porcentajes obtenidos en la cosecha del año anterior como el resultado de la política del gobierno y, fundamentalmente, de la iniciativa de los productores integrados así en “el esfuerzo común que debemos realizar todos para reencauzar la vida del país”. Aquí, la construcción simbólica de la unidad mediante la estrategia de unificación se orienta a legitimar las relaciones de dominación a partir de símbolos que remiten a una pretendida unidad sustentada en el esfuerzo común de todos los actores construidos en términos colectivos. En tanto que la localidad, centro de atención de los sectores de la producción, “refleja en su brillo y magnitud, el nuevo rostro que están adquiriendo la provincia y el país gracias a ese esfuerzo”, y evidencia “el impulso creador que ha renacido en los hombres del interior de la República” (Democracia, 15/10/77). En consecuencia, esa cosecha es “fiel testimonio de que nuestros hombres de campo han recuperado su fe en el país y su esperanza en un futuro promisorio”.

Por su parte, frente a la realidad planteada en la campaña 1977-78, cuando ya se vislumbraba una reducción del área sembrada con trigo, el argumento de su discurso se dirige a desestimar las primeras voces de descontento que comenzaban a emerger. Aquí, Girado recurre a la estrategia de fragmentación, enfatizando las características negativas de aquellos grupos e individuos que representaban una amenaza para el proyecto dictatorial. Así, en sus palabras, “los agoreros de siempre, pretendiendo echar un manto de pesimismo sobre el proceso de recuperación que vive el país” extrapolan sus “negros vaticinios” sobre los resultados de la próxima cosecha (La Nación, 16/10/77: 26). En consecuencia, la estrategia de fragmentación queda expresada mediante la expugnación de un “otro” que se construye, en este caso, a partir de una representación negativa de aquellos sectores que potencialmente podían manifestar públicamente sus críticas sobre los lineamientos de la política agraria seguidos por el gobierno dictatorial.

A continuación, conjugando las legitimidades de origen y de fines, el argumento del Ministro de Asuntos Agrarios bonaerense se orienta a plantear la dicotomía entre una etapa anterior que cree ya superada y un presente promisorio con miras hacia un futuro de progreso. La primera, signada por la “más cruda demagogia” y la “política paternalista del Estado”, la que esas “airadas voces de protesta” reclaman restaurar olvidando que fue precisamente esa política la que “terminó por desalentar al propio productor”. Reclamarla nuevamente es, según su visión, poseer “un pobre concepto sobre la capacidad de discernimiento de nuestros esforzados chacareros”. Frente a este “pesimismo”, Girado contrapone el “optimismo” de los miembros del régimen quienes, “al recorrer la campaña en permanente contacto con los productores” advierten en ellos “una disposición de ánimo que está muy por encima de las simples apetencias económicas”. Haciendo uso de una estrategia de universalización, el argumento pareciera orientarse a sumar a los receptores de su discurso al proyecto dictatorial destacando la comunión de intereses entre estos y la política dictatorial en tanto que los funcionarios a quienes representa saben valorar la “voluntad creadora” y el “valor de las fuerzas interiores” de los productores. De esa forma,

[...] tenemos la plena convicción que no fue solo por especulaciones económicas que se lanzaron los productores agropecuarios argentinos a preparar la tierra para la pasada campaña agrícola y para la presente, sino porque vieron por delante un limpio horizonte que les permite asumir sus responsabilidades ante el país con confianza y con verdadera vocación nacional. (Democracia, 15/10/77).

Finalmente, en una tercera parte que pareciera apelar a una legitimidad de fines, el argumento tiende a vincular los objetivos del “Proceso” con el proyecto de los hombres de la Generación del ’80 que, en su interpretación, había quedado trunco y era necesario reencauzar. Este exigía de todos los argentinos, en especial de los receptores de su discurso a quienes identifica con ese “ser nacional”, sacrificios y esfuerzos para volver a encaminar a la Nación en su “perdida senda de grandeza”. Nuevamente se apela aquí a una legitimación centrada en la narración de un pasado (en este caso, lejano) que tiende a legitimar las relaciones de dominación y el accionar de los actores en ese presente. Esta estrategia se articula con aquellas otras de universalización, en las que intereses específicos son presentados como generales, y de unificación, a partir de la identificación colectiva como “argentinos”. Así, para el Ministro de Asuntos Agrarios de la provincia,

Hoy existe una razón superior, que nos está haciendo un continuo y urgente llamado para que actuemos con vocación de argentinos: es el proceso de reorganización nacional nacido el 24 de marzo de 1976 [...] Saber responder a este llamado, trabajando y produciendo aún a costa de los más grandes sacrificios y riesgos, será saber responder no solamente a las exigencias de la hora, sino también a las voces de la historia, para que estas no nos demanden algún día la infelidad (sic) al derrotero que supieron señalarnos. (Democracia, 15/10/77).

De igual modo, la analogía entre un presente signado por un “pasado de grandeza” y porvenir se aplica también a las características del espacio convocante. En ese sentido, la propia historia de la fundación de la localidad (9) le sirve a Girado para reforzar el argumento central de su discurso,

Profundas voces de la historia que las podemos escuchar aquí mismo, en Junín, que fue fortín de frontera, y en toda la inmensidad de la pampa [...] como el eco portentoso de una heroica epopeya civilizadora (Democracia, 15/10/77).

Seguidamente, vuelve a resaltar el rol del productor agropecuario señalando la necesidad de esforzarse y aunar sus intereses a los del régimen militar, que identificaba con los de la Nación en su conjunto. Para ello, no debía ni “calcular la rentabilidad de sus explotaciones” y menos siquiera “preocuparse de los precios internacionales” de las materias primas porque “aquellos sacrificados precursores” que reconoce como el sustrato de hombres que encauzaron junto con las Fuerzas Armadas aquel proyecto, no tenían “tiempo” para eso (Democracia, 15/10/77).

Asimismo, el papel de las explotaciones agrarias era considerado un elemento central como eje articulador del proyecto autoritario. Este argumento, que apuntaba a señalar la “amenaza” que pesaba sobre la República (apelando, en este caso, a las legitimidades de origen y de ejercicio), exigía los esfuerzos de todos para defender la “esencia de la nacionalidad”. En ese sentido, allí, en la “heroica gesta civilizadora del desierto”, el estanciero, “alistando urgentemente a la peonada en defensa de sus vidas y de sus bienes”, había forjado los destinos de la patria “desangrándose” para hacer historia. En consecuencia, a costa de “sangre, sudor y lágrimas”, ese productor agropecuario que es construido discursivamente como descendiente de aquellos hombres debía afrontar las coyunturas desfavorables, subordinando su propio interés personal en pos de un “sacrificio inspirado en auténtica vocación nacional”. Interpelando así a los receptores de su discurso, Girado señalaba que

Este testimonio de vida que nos legaron los verdaderos pioneros de nuestra riqueza agropecuaria y de nuestro progreso en íntima comunión de ideales y de esfuerzos con los hombres de armas del Ejército conquistador de nuevas fronteras, debe ser válido para nuestros días y para todos los días de la patria. (Democracia, 15/10/77).

Al finalizar su alocución, retoma nuevamente la analogía entre un pasado promisorio que era necesario reencauzar frente a un interregno que lo había coartado, apelando para ello al esfuerzo y al compromiso de todos aquellos que se identificaban con un proyecto nacional. Ese interregno hacía referencia a los gobiernos que consideraba “demagógicos” y “populistas”, los que habían cooptado el Estado argentino y a los que el régimen militar apuntaba a combatir. Así, mediante la estrategia de fragmentación, Girado construye discursivamente a esos “otros” que identifica con el “enemigo”, enfatizando las características que desunen y representándolos como una amenaza. De esta forma, señalaba que, en la hora actual, las Fuerzas Armadas habían interpretado el verdadero sentido de esa hazaña, tomando el poder para defender a la Nación que se encontraba, como en aquellos tiempos, igualmente amenazada.

Porque hoy la patria vive un tiempo nuevo, un tiempo que nos pertenece porque ha sido rescatado por las fuerzas armadas de las sucias manos del oprobio, del engaño y de la subversión, para todos los argentinos de buena fe [...] (Democracia, 15/10/77).

En la misma tónica se situó el discurso que el Secretario de Agricultura y Ganadería de la Nación pronunció a continuación. El argumento que identificaba un presente tendiente a superar los obstáculos enraizados en la etapa inmediatamente anterior, y la necesidad de encauzar los destinos de la República en la senda del “progreso”, estructuró nuevamente esta alocución. Así, Cadenas Madariaga expresaba que

En nuestro país hay dos Argentinas superpuestas. Una es la que queda de la Argentina de la Organización Nacional, de la Argentina del 80 [...]. Es la Argentina segura de sí, de su destino formado en el trabajo y en la práctica de sus instituciones republicanas [...] La otra es la Argentina de los resentimientos, los complejos de inferioridad, la demagogia, las rivalidades facciosas. Es la Argentina del Tercer Mundo, empobrecida y rencorosa. También [la de] los privilegios ocultos, del escepticismo y, al final, la Argentina de la violencia y la subversión. (Democracia, 15/10/77: nota de tapa; y La Nación, 16/10/77: 26).

Y, apelando a la unidad, señalaba que la preeminencia de una u otra dependía de la responsabilidad de todos los sectores porque “no obstante los progresos realizados, la segunda no ha muerto: está acechándonos a la espera de las divisiones, de la debilidad o de cualquier error substancial”. Finalmente, haciendo uso de la estrategia de universalización, exhortaba a los productores y a sus instituciones representativas para que “se agreguen a este proceso de cambio y transformación que hemos iniciado y del cual aspiramos a que participen con el carácter de verdaderos protagonistas” (La Nación, 16/10/77: 26).

Posteriormente, al término del almuerzo servido luego del acto inaugural, el gobernador de la provincia formuló una serie de declaraciones referidas al agro y a los productores rurales. Haciendo uso de la estrategia de universalización, Saint Jean expresaba que

[...] los trabajadores del campo nos estimulan a nosotros que tenemos la enorme responsabilidad de la carga pública y nos hacen avanzar seguros y confiados de cara al sol mirando al futuro, porque sabemos que tenemos gente atrás nuestro que nos acompaña. (La Nación, 16/10/77: 26).

De tal manera, interpela directamente a los trabajadores agrarios y los construye como actores tendientes a acompañar la acción de gobierno. Seguidamente, recurre a la estrategia de narrar el pasado para legitimar las acciones del presente, a la que suma los tópicos centrados en los valores de la nacionalidad y la apelación de un nosotros inclusivo. Así, el gobernador de facto bonaerense señalaba que los argentinos

[...] hemos sido capaces de grandes empresas. La milicada fortinera (sic) acompañada por los hombres de las viejas estancias, demarcó con sangre la frontera de la provincia. Se consiguió la unidad nacional [...] se expulsó al invasor extranjero, se alfabetizó al país, y entonces yo me pregunto si no seremos capaces de afrontar esta empresa del futuro que entraña muchos menos riesgos que los que afrontaron nuestros antepasados. (La Nación, 16/10/77: 26).

En este fragmento percibimos, en primer lugar, que los intereses particulares de los sectores dominantes son presentados como universales mediante el uso del lexema “argentinos” y de la construcción simbólica de la unidad. Seguidamente, las acciones de aquellos que impulsaron esas “grandes empresas” y que condujeron a la unidad nacional son expuestas de modo positivo, ocultando que las mismas se desplegaron a expensas de la dominación y el exterminio de los pueblos originarios; es decir, ocultando el trágico costo a partir del cual se lograron aquellos objetivos. Vemos así que, a partir de la construcción discursiva de ese “otro” como amenaza latente, estos argumentos tendieron a legitimar no sólo el proyecto autoritario sino además el terrorismo de Estado y sus nefastas consecuencias.

Por consiguiente, observamos que, en los fragmentos analizados en este apartado, se hace uso de determinadas estrategias discursivas que conjugan los tres tipos de legitimidades que mencionamos anteriormente. Las estrategias de universalización, apelación a los relatos del pasado, unificación y fragmentación se orientaron no sólo a legitimar el accionar de las Fuerzas Armadas, sino también a proponer determinadas pautas de comportamiento tendientes a acallar a las voces disidentes construidas discursivamente como una amenaza. Podemos decir entonces que la construcción discursiva de ese “otro”, en tanto que amenaza latente para el éxito del proyecto dictatorial, interactuó con otros discursos que utilizaban vocablos como el de “subversión” y “subversivo”, y que apuntaban a legitimar la intervención de los militares en empresas tan nefastas como el terrorismo y la represión.

Finalmente, distinguimos que el empleo de aquellas representaciones y núcleos semánticos anclados en el ideario liberal conservador atravesaron los discursos no sólo de los militares cercanos al régimen sino también los de los funcionarios civiles que, desde distintas posiciones, contribuyeron así a legitimar el proyecto autoritario que guió el accionar de las Fuerzas Armadas durante el período en cuestión. Advertimos, por último, que ciertas prácticas sociales como celebraciones, conmemoraciones y actos que convocaban a la participación de la comunidad en la esfera pública interactuaron con otras prácticas de carácter discursivo centradas en el empleo de determinadas estrategias de legitimación dirigidas a construir consenso en espacios más acotados (pero no por ello menos importantes) como los municipios y las localidades.

5. Reflexiones finales

El proyecto autoritario en el que pretendió sustentarse la última dictadura militar tuvo tres dimensiones claramente diferenciadas que, en la práctica, actuaron en forma interrelacionada. Al plan económico impulsado por su primer ministro de Economía, se articuló una política represiva sin precedentes tendiente a acallar el campo de conflictividad social que se había configurado en los años previos al golpe de 1976. A esas dos dimensiones debemos sumarle una tercera centrada en los aspectos simbólicos y culturales de ese proyecto, que se orientaron a recomponer la hegemonía de los sectores dominantes en los ámbitos socioculturales y políticos de la sociedad, al menos durante los primeros años del “Proceso”. Tanto los civiles como los militares cercanos al régimen compartieron una serie de idearios centrados en los diagnósticos acerca de la crisis argentina y representaciones que, reproduciendo un tinte marcadamente antipopulista, tendieron a prefigurar la cercanía de una amenaza que atentaba contra los valores de la nacionalidad argentina. Así, desde el análisis del discurso y a partir del estudio de caso aquí presentado, observamos que estos fundamentos compartidos anclados en el ideario liberal conservador tiñeron los discursos de aquellos actores, y se proyectaron sobre la manera de entender y legitimar el rol que les cabía desempeñar a las Fuerzas Armadas en esa coyuntura.

Por su parte, la necesidad de tender puentes hacia la sociedad en procura de obtener consenso y legitimidad en la acción gubernamental impulsó a los funcionarios del régimen a desplegar una serie de estrategias tendientes a “sumar” a distintos actores sociales a su proyecto. En ese sentido, los municipios y la labor de los intendentes resultaban clave en tanto que se proyectaban como la posibilidad de construir aquella legitimidad desde el espacio más micro. De tal forma, conmemoraciones, actos y exposiciones como las que analizamos aquí, no sólo permitían promocionar la obra de gobierno en la comunidad local sino también procurar cierta cuota de consenso social, enfrentando las críticas a través de la construcción discursiva de un “otro” político que obstaculizaba el despliegue de un proyecto que se identificaba con el de la nación en su conjunto. Como expresaba el propio Videla, la tarea de los intendentes era comparada con la de los “soldados” que “peleaban” en la primera línea, enfrentando diariamente los reclamos y las críticas, pero validando finalmente una labor que, a pesar de su “oscuridad”, era necesaria para el progreso del país todo.

Por último, en la mayor parte de los discursos analizados, la apelación a lo rural y a los sujetos sociales ligados a él implicó una visión idealizada de ese espacio en tanto que reducto moral de los valores de la nacionalidad argentina que se encontraban amenazados por el avance de la “subversión” y el “populismo”. Y, frente a esta amenaza, se recupera el esquema de la Generación del ’80. Así, la “gesta civilizadora” de los hombres ligados a ella, y su rol durante el avance de la frontera y el proceso de organización nacional, funcionaron como analogías discursivas que se orientaron, en última instancia, a legitimar el accionar de las Fuerzas Armadas y su proyecto “reorganizador”. En ese sentido, la construcción discursiva de los productores agropecuarios también se sustentó en esa visión idealizada, dado que se los consideraba como piezas clave para el proyecto “refundacional” en tanto que conservaban aún aquellos valores que era necesario defender y reencauzar.

Si bien el marco de análisis aquí propuesto, esto es, el estudio de los discursos que pronunciaron funcionarios y otras personalidades civiles y militares en torno a la Primera Exposición Internacional que se llevó a cabo en Junín, puede resultar un tanto coyuntural y hasta episódico, juzgamos que constituye un hecho en el que se distinguen claramente los vínculos con contextos y problemáticas más amplias. Por último, a partir del recorrido sugerido en este trabajo, esperamos haber contribuido a ampliar el análisis de las estrategias de legitimación que utilizó el último régimen militar y, en ese sentido, iluminar aspectos aún poco explorados de uno de los períodos más complejos de la historia reciente argentina, así como vislumbrar sus proyecciones hacia el presente.

* Agradecimientos: Agradezco a Javier Balsa, María Eugenia Comerci, Natalia López Castro, Guillermo de Martinelli, Manuela Moreno y Carolina Sarobe por los comentarios y sugerencias realizados a una versión preliminar que permitieron enriquecer y dar forma a este artículo. Un agradecimiento especial a Guido Prividera, por el esfuerzo de objetividad en la lectura y los pertinentes comentarios a este trabajo y a las problemáticas que en él se desarrollan.

Notas

(1) Díaz Bessone actuó durante el gobierno de Onganía en la Secretaría de Seguridad y en la administración Lanusse fue designado para la Secretaría de Estado de Planeamiento y Acción de Gobierno (Canelo, 2004: 270).

(2) Las dos vertientes que integraban el liberalismo diferían básicamente en las medidas que debían implementarse para controlar la inflación. La propuesta de los “tradicionales” apuntaba a implementar un ajuste ortodoxo centrado en la recesión y el control del gasto público; a la vez que los “tecnócratas” abogaban por la completa reducción de la intervención estatal sobre la economía, la apertura a los flujos financieros internacionales y la privatización de empresas públicas (Canelo, 2008b; Heredia, 2004).

(3) Según expresa Sirlin, “la dictadura rindió un intenso homenaje al centenario de la ‘conquista al desierto’, llegando a producir una miniserie televisiva, ‘Fortín Quieto’, destinada a afianzar el culto a esa ‘gesta civilizatoria’” (2006a: 369). El municipio de Junín no permaneció ajeno a ello y se organizaron, a nivel local, distintos concursos literarios inspirados en ese hecho y una serie de homenajes que incluyeron actos públicos y celebraciones que interpelaban a toda la comunidad para conmemorar dicho centenario. Boletín Municipal, Año I, junio de 1979.

(4) Nos referimos aquí a la adopción de una serie de rituales y prácticas como la conmemoración de fechas patrias, el uso de determinados simbolismos y de una discursividad en sintonía con la de los gobiernos autoritarios provincial y nacional. Sumado a ello, durante su intendencia, se desplegó una metodología represiva sin precedentes que conformó uno de los circuitos represivos de mayor peso en la región. A consecuencia de ello, Junín cuenta hasta la fecha con más de 30 personas desaparecidas junto a un centenar de juninenses víctimas del terrorismo estatal (Pellizzi, 2007).

(5) Junto con Pergamino, constituía uno de los partidos de la región norte de la provincia con mayor densidad de población por superficie; para la época, contaba con aproximadamente 67.000 habitantes (AA. VV. El país de los argentinos, 1975).

(6) Ya a mediados de 1976 el dirigente de CARBAP, Jorge R. Aguado, expresó una crítica sostenida sobre los lineamientos de la política económica destinada al sector. Entre los principales reclamos se encontraban: la situación de la CAP, intervenida desde el 21 de agosto de 1973, y el cierre de las plantas frigoríficas La Negra y Lisandro de La Torre; la ausencia de definiciones oficiales respecto de la comercialización de la cosecha 1976/1977; el aumento de los precios percibidos por productores ganaderos y lecheros frente al precio de ambos productos en el mercado interno; el crecimiento sostenido de los costos de producción en un contexto de inflación constante; la presión impositiva y las trabas para el acceso a créditos (Aguado: 1977). Los diarios locales también se hicieron eco de estos reclamos. Así lo reflejó, por ejemplo, el diario La Verdad mediante la publicación de distintas notas: “Piden que sea aumentado el precio de la leche” (10/3/77), “Los problemas del campo” (4/77), “Una reactivación portuaria piden las cooperativas” (4/77), “Advierte CONINAGRO sobre la crítica situación ganadera” (31/5/77), “El problema de la leche” (4/6/77), “Disconformismos ganaderos” (6/77), “Cadenas Madariaga se refiere al aumento en el precio de la carne vacuna: causas” (6/10/77), entre otras.

(7) Según expresa Schvarzer, las expectativas generadas en torno a la designación de los miembros del equipo económico, sumadas a un tipo de cambio excepcionalmente favorable y a las promesas de apoyo al sector, provocaron la respuesta inmediata de los productores pampeanos, que ampliaron masivamente la superficie sembrada con trigo durante el invierno de 1976. Esto tuvo como consecuencia una cosecha con niveles récord, no registrada desde hacía muchos años. Sin embargo, “la combinación de ambos fenómenos (capacidad potencial y apoyo oficial) no se mantuvo en el tiempo; se trataba de dos variables que evolucionaron de manera distinta, pese a las expectativas de los primeros tiempos del gobierno militar” (1986: 151 y 152).

(8) El texto completo de este decreto se transcribe en el primer número de los Boletines que comenzó a publicar la Municipalidad a partir de 1978, destinados a promocionar la obra de gobierno desarrollada durante la intendencia de Sahaspé. La visita de Videla coincidió además con los festejos del sesquicentenario de la localidad, lo que le imprimió una relevancia extra en la legitimación de esa administración. Así lo deja entrever el apartado que relata este acontecimiento. Bajo el título “Una visita y una responsabilidad”, se señalaba que “La presencia del Primer Magistrado de la Nación en este medio implica para Junín asumir la responsabilidad de mostrar a nivel internacional, incluso, el potencial económico del interior del país, traducido en una capacitación y tecnicismo alcanzados por una conjunción agro-industrial, sin antinomias, que nos muestran una marcha segura hacia derroteros de grandeza nacional”. Boletín Municipal, año 1, N° 1, julio de 1978.

(9) Esa historia se remonta a la década de 1820, cuando se establecen una serie de fortines tendientes a ampliar la línea de frontera del territorio bonaerense. Así, el comandante Escribano funda, el 27 de diciembre de 1827, el Fuerte de la Federación; esta fecha se tomará posteriormente como aniversario de la localidad. En 1829 se produjo un levantamiento encabezado por dos caudillos de la zona, que fue resistido por el soldado Suárez, quien había participado en la batalla de Junín por la libertad de Perú. En homenaje a su labor en la defensa del fuerte, se lo rebautizó con el nombre de Junín. Sin embargo, hacia 1830 fue abandonado. En 1857 se estableció el nuevo trazado del pueblo y en 1861 se inició el régimen municipal. El partido se creó tres años después. Finalmente, en 1880, con la llegada del ferrocarril, las dimensiones y la fisonomía adquirieron un carácter renovado; se inició así su crecimiento y modernización, y se marcó un antes y un después en su preeminencia en la región (Tauber, 1997).

Fuentes consultadas

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- de circulación local y regional: Democracia y La Verdad de Junín, marzo de 1976 a diciembre de 1977.

-Boletines Municipales, Año 1, Nros. 1 a 12. Publicación oficial de la Municipalidad de Junín, Provincia de Buenos Aires.

-Revista Campo Moderno & Chacra, noviembre de 1977.

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Fecha de recibido: 22 de mayo de 2012
Fecha de aceptado: 20 de septiembre de 2012
Fecha de publicado: 20 de diciembre de 2013

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