Mundo Agrario, abril - julio 2022, vol. 23, núm. 52, e186. ISSN 1515-5994
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículo

Agronegocio, expulsión y migración. El caso de trabajadores paraguayos en Argentina

Juliana Carpinetti

Universidad Nacional de Rafaela (UNRaf) - CONICET, Argentina
Cita sugerida: Carpinetti, J. (2022). Agronegocio, expulsión y migración. El caso de trabajadores paraguayos en Argentina. Mundo Agrario, 23(52), e186. https://doi.org/10.24215/15155994e186

Resumen: El objetivo del artículo es explorar la relación que se establece entre la consolidación del agronegocio como modelo agrario hegemónico en América del Sur, las lógicas de expulsión que despliega en aquellos territorios sobre los que avanza y su incidencia en la configuración de los procesos migratorios de trabajadores rurales; a través del caso de inmigrantes paraguayos residentes en la ciudad de Rosario, Argentina. Las técnicas de recolección de datos movilizadas fueron la revisión documental para reconstruir y articular las principales categorías conceptuales utilizadas y la entrevista para facilitar su contrastación empírica con los relatos de estos trabajadores.

Palabras clave: Agronegocio, Expulsión, Migraciones, Paraguay, Trabajo rural.

Agribusiness, expulsion and migration. The case of paraguayan workers in Argentina

Abstract: The objective of the article is to explore the relationship between the consolidation of agribusiness as a hegemonic agrarian model in South America, the logics of expulsion that it develops in those territories on which advances and its incidence in the configuration of migratory processes of rural workers. This, through the case of Paraguayan workers resident in Rosario, Argentina. The data collection techniques mobilized to achieve it this goal includes the documentary review to reconstruct and articulate the main conceptual categories used and the interview to facilitate their empirical contrast with the stories of these workers.

Keywords: Agribusiness, Expulsion, Migration, Paraguay, Rural work.

Introducción

Abdelmalek Sayad (s/f; 1985; 1987; 2010) ha sido quizás el teórico que con mayor lucidez ha cuestionado la manera en que ha sido construido, en tanto que objeto político, social y académico, el problema migratorio. Su crítica ha estado amarrada a la afirmación de que, si bien emigración e inmigración son dos caras indisociables de una misma realidad, a los fines de la producción del conocimiento científico estas dimensiones han sido arbitrariamente separadas y autonomizadas.

El resultado de esta fragmentación ha sido, por un lado, una sobreabundante y sumamente diversificada literatura sobre la inmigración, producida en los países de inmigración, para las necesidades de la sociedad de inmigración. Y, por el otro, una literatura sobre la emigración que no ha logrado hacer de la emigración y del emigrado un verdadero objeto de la ciencia. Por el contrario, ha subordinado su discurso al discurso de la inmigración (2010). En palabras del autor: “es una constante del discurso sobre el inmigrante y sobre las condiciones de vida de la inmigración, hacer abstracción del emigrado y de las condiciones sociales generadoras de la emigración” (1987, p. 27). Esta abstracción, lejos de ser azarosa, se presenta como el reflejo en el ámbito científico de las mismas relaciones estructurales que han engendrado a la emigración-inmigración como tal.

Frente a ello, Sayad insiste en la necesidad de desarrollar una ciencia global del fenómeno migratorio que contemple su doble componente de emigración e inmigración, permitiendo la intelección total del fenómeno. Para ello, la producción del conocimiento científico sobre el mismo no debería comenzar con la llegada de los inmigrantes a las sociedades de destino, sino con el análisis de las estructuras y las condiciones que los convirtieron en emigrantes en sus sociedades de origen (Bourdieu & Wacquant, 2000). En otras palabras, se trata de trascender la reducción del fenómeno migratorio al desplazamiento de fuerza de trabajo, para centrar la atención en los procesos que previamente la constituyeron como excedentaria y dispuesta a partir, en el seno de la sociedad de emigración (Gil Araujo, 2010).

Fue a partir de la aproximación a la obra de este autor, que un dato empírico surgido durante la realización del trabajo de campo de mi investigación doctoral (2020) acapararía mi atención y oficiaría como disparador para la redacción de este escrito: el origen rural de casi todos los trabajadores entrevistados.

Se abrían entonces dos opciones epistemológicas –acompañadas de sus respectivos efectos políticos– para el abordaje de este disparador empírico. La primera era la de sostener la mirada en la sociedad de inmigración y recolectar nuevos datos que permitan ampliar, problematizar y confirmar (o no) estos resultados. Esto habilitaría, por ejemplo, preguntas referidas al papel que juegan las redes en las dinámicas de inserción laboral de estos trabajadores. La segunda consistía en desplazar el objeto de análisis hacia la sociedad de emigración. Este movimiento introduciría una batería de preguntas completamente diferentes a las anteriores, que serían las que terminarían articulando este trabajo: ¿Qué transformaciones productivas, sociales, culturales y demográficas estarían operando en el campo paraguayo? ¿Cómo impactarían en la propensión a emigrar de estos trabajadores? ¿Y en sus proyectos migratorios? ¿Y en la manera en que los atraviesan y significan?

La opción por esta última variante, y las respuestas tentativas ofrecidas inicialmente a estos interrogantes, definieron las principales categorías teóricas motorizadas en el artículo. Carla Gras y Valeria Hernández (2013 y 2021) afirman que el modelo socioproductivo de agronegocios emerge en América del Sur en la década de 1990 y se consolida como modelo agrario hegemónico a inicios de los 2000, favorecido por el clima político neoliberal imperante a escala global. Si bien enunciaremos algunas precisiones conceptuales sobre esta noción en el cuerpo del artículo, basta mencionar en esta sección que acudimos a esta categoría para pensar las transformaciones tecnológicas, productivas, sociales e identitarias, que desde hace décadas están reconfigurando de manera radical el universo rural sudamericano.

Por otro lado, nos servimos de la noción de expulsión desarrollada por la socióloga Saskia Sassen (2015). La autora utiliza este concepto intentando trascender la idea de desigualdad creciente como forma de aludir a las patologías del capitalismo global contemporáneo, para señalar la proliferación en su seno de lógicas que cada vez en mayor medida expulsan a personas, empresas y lugares de los órdenes sociales y económicos centrales de nuestro tiempo. En el artículo acudimos a esta categoría intentando dilucidar la manera en que estas lógicas de expulsión se materializan en los territorios sobre los que avanza el agronegocio, haciendo particular hincapié en su impacto sobre la emigración de trabajadores rurales.

Por último, acudimos a la idea de edades de la emigración desarrollada por Sayad (2010) para pensar la relación que se establece entre los diferentes estadios en las transformaciones del orden social campesino, por un lado, y los tipos de emigración y de emigrados que estos producen, por el otro. Esto en tanto que las edades de la emigración se corresponden con distintas fases del proceso de transformación interna de las comunidades rurales productoras de emigrados. Usamos aquí esta categoría porque entendemos que las transformaciones que imprime el agronegocio en las estructuras materiales y simbólicas que dan sustento al mundo rural no solo desempeñan un papel de relevancia en la expulsión de sus pobladores a partir de su configuración como potenciales emigrantes, sino que además incide en la manera en que estos atraviesan, redefinen y significan la totalidad de su proceso migratorio.

De lo expuesto se deduce que el objetivo perseguido por el artículo es el de explorar la relación que se establece entre la consolidación del agronegocio como modelo agrario hegemónico en América del Sur, las lógicas de expulsión que despliega en aquellos territorios sobre los que avanza y su incidencia en la configuración de los procesos migratorios de trabajadores rurales. Esto se realiza a través del caso de inmigrantes paraguayos residentes en la ciudad de Rosario, Argentina.

La estrategia metodológica desplegada es de tipo cualitativa y contempla la motorización de tres técnicas de recolección de datos. La revisión documental fue empleada a los fines de reconstruir y articular las principales categorías conceptuales utilizadas en el escrito y de contextualizar, con fuentes secundarias, el material empírico obtenido a través de entrevistas. Esta última técnica tuvo una importancia capital: entre los años 2013 y 2018 se realizaron 32 entrevistas personales a diferentes informantes claves que arrojaron como resultado más de 25 horas de grabación y un documento único de 300 páginas que se constituyó en el insumo fundamental utilizado para la elaboración de este trabajo.

Los desafíos enfrentados para su realización fueron múltiples. En primer lugar, resultaba muy difícil establecer un contacto inicial con los trabajadores inmigrantes. E incluso una vez traspasada esa barrera, instaurar un vínculo de confianza lo suficientemente sólido como para propiciar un diálogo profundo sobre las cuestiones que se intentaban relevar, continuaba siendo una tarea muy ardua.

Fue intentando superar estas limitaciones que se realizaron observaciones participantes en el en el Centro de Paraguayos Residentes en Rosario (CEPARR). Puntualmente, en el marco de las actividades desarrolladas por el Ballet de Danzas Ñasaindy, que funciona al abrigo de dicha institución. Esta experiencia permitió contactar, a través de la mediación de sus principales referentes, a buena parte de los trabajadores inmigrantes que serían finalmente entrevistados. En la mayoría de los casos transcurrió más de un año y medio desde las primeras intervenciones en las actividades organizadas por la asociación y la realización efectiva de las entrevistas. Durante este prolongado período de tiempo, se fue construyendo ese entendimiento mutuo que la literatura suele definir con el término rapport (Vela Peón, 2001). Esto permitió que en el momento en el que se produjera el encuentro existiera entre entrevistadora y entrevistados un repertorio compartido de personas, lugares y vivencias al cual referir; y la ampliación de la muestra a partir de la presentación de familiares y amigos dispuestos a ser entrevistados, a través de la estrategia conocida como “bola de nieve” (Taylor y Bogdan, 1987).

Este derrotero metodológico explica por qué, si bien inicialmente la investigación no estaba direccionada a trabajar con una comunidad étnico-nacional determinada, la estrategia de aproximación utilizada para establecer contacto con potenciales entrevistados terminó por determinar que, con la sola excepción de un trabajador chileno, el resto de los trabajadores entrevistados fueran de origen paraguayo.

El artículo se divide en tres partes. En la primera se desarrollan las principales categorías conceptuales que articulan el trabajo y se las motoriza para pensar la relación que se establece entre la consolidación del agronegocio como modelo agrario hegemónico en América del Sur y las lógicas de expulsión que este despliega en los territorios sobre los que avanza. En la segunda se realiza una descripción de las características que asumen estos procesos en el universo rural paraguayo, a partir de la puesta en diálogo de literatura específica del caso seleccionado con el material empírico recolectado a través de los relatos de los entrevistados. En la tercera se analiza la incidencia de estas transformaciones en las particularidades que asumen los procesos migratorios de los entrevistados, a través de la caracterización de las distintas edades de la emigración. Por último, cierran el artículo algunas consideraciones finales en las que se pretende recapitular sus principales aportes en el marco del debate teórico al cual tributa.

El agronegocio y sus lógicas de expulsión

S. Sassen (2015) sostiene que, en contraste con lo que ocurría con la economía keynesiana anclada en la producción y el consumo masivo, en el capitalismo global, las personas, en cuanto trabajadoras y consumidoras, tienen un papel cada vez más reducido en la producción de los beneficios de muchos sectores económicos. Es por ello que mientras que la primera pugnaba por integrar y atraer al interior a quienes estaban “al filo del sistema”, el segundo los empuja y los arrastra hacia afuera. El resultado de esta transformación ha sido la proliferación de nuevas lógicas de expulsión: “las últimas dos décadas han presenciado un fuerte crecimiento del número de personas, empresas y lugares expulsados de los órdenes sociales y económicos centrales de nuestro tiempo” (p. 11).

La autora afirma que esas expulsiones no son espontáneas, sino hechas; y que los instrumentos que las hacen posibles, son generalmente el producto de formas complejas de conocimiento y de inteligencia que respetamos y admiramos. De esto se deriva uno de los supuestos que guían su trabajo: “nuestras avanzadas políticas económicas han creado un mundo en el que con demasiada frecuencia la complejidad tiende a producir brutalidades elementales” (p. 12). Y si bien “la complejidad no conduce inevitablemente a la brutalidad” (p. 14), es parte de su condición: “cuanto más complejo es un sistema, más difícil es de entender, más difícil es señalar con precisión las responsabilidades y más difícil es que cualquier miembro del sistema se sienta obligado a rendir cuentas” (p. 242).

Sassen señala que, como consecuencia de estas dinámicas, “los recursos naturales de buena parte de África, América Latina y Asia central son más importantes que la gente que vive en esas tierras” (p. 21). Es por ello que una de las formas que adquiere la expulsión en estas regiones ha sido la adquisición de tierras por parte de gobiernos y empresas extranjeras. La autora sostiene que, si bien estas dinámicas son de larga data, a partir del año 2006 se inicia una nueva fase, signada por el rápido aumento del volumen y la difusión geográfica de las adquisiciones y por la diversidad de los compradores, en parte como producto de la creciente demanda de cultivos industriales y del aumento de los precios globales de los alimentos.

El caso de las adquisiciones de tierras por parte de gobiernos y empresas extranjeras condensa ese vínculo entre complejidad y brutalidad en torno al que Sassen ordena su argumentación. Esto en tanto que, por un lado, “no es un acontecimiento solitario” (p. 96) sino que requiere del desarrollo de una sofisticada infraestructura de servicios –que contempla nuevos tipos de contratos, formas de propiedad, instrumentos contables, seguros y legislación– que no solo facilite el acto de comprar, sino que estimule ulteriores adquisiciones, favoreciendo la conformación de un mercado global de tierras. Pero, por el otro, las tierras adquiridas no son áreas desérticas sino territorios poblados y modelados por pueblos, agriculturas de pequeños propietarios, distritos manufactureros rurales, entre otros; y buena parte de esa complejidad es brutalmente eliminada como resultado de esas adquisiciones.

Pensar estos procesos a la luz de la especificidad del caso sudamericano nos lleva invariablemente a preguntarnos respecto del proceso de irrupción y consolidación del agronegocio como modelo agrario hegemónico en la región. Esta categoría fue acuñada por John Davis y Ray Goldberg en la década del 50, a los fines de expandir la noción de agricultura, de manera tal de incluir no solo a las operaciones de producción que se desarrollan en el campo, sino también a aquellas involucradas en la fabricación y distribución de los insumos que utiliza y en el almacenamiento, procesamiento y distribución de sus productos y manufacturas (1957).

Medio siglo más tarde, y con la mirada situada en el contexto latinoamericano, Carla Gras y Valeria Hernández (2013 y 2021) complejizan este concepto y definen al modelo de agronegocios como una nueva lógica de producción y acumulación, a la que caracterizan a partir de los elementos de continuidad y de ruptura que lo vinculan al modelo agroindustrial que lo antecedió. Las autoras entienden que la emergencia y consolidación del modelo de agronegocios se inscribe en un proceso histórico más amplio de penetración del capital en el agro y de subordinación de la producción agraria a la industrial. Es por ello que afirman que elementos tales como el uso de insumos de origen industrial, la mecanización de las labores productivas y la articulación con los requerimientos de las industrias de alimentos, ya estaban presentes en el patrón agroindustrial que lo antecedió.

La particularidad radica en el hecho de que el Estado promovía –a través de políticas públicas, como la fijación de precios o la distribución de créditos y subsidios– la organización de sectores productivos orientados a cubrir la oferta de las agroindustrias cuya producción estaba destinada al mercado interno, lo que posibilitó “un grado no menor de incorporación de la pequeña producción a la agricultura industrial” (p. 21).

Los límites de este modelo comenzaron a evidenciarse a mediados de la década de 1980, a partir de una serie de transformaciones acaecidas a escala regional e internacional. Entre las primeras se destaca la crisis de la deuda, que impulsó a los países de la región hacia una creciente intensificación de las exportaciones agrícolas y de cultivos industriales, junto con el desplazamiento de cultivos regionales orientados al consumo de sectores populares. Y, entre las segundas, el impulso dado por diferentes instancias multilaterales –como la Organización Mundial de Comercio (OMC)– a la liberalización de las agriculturas y a la desregulación del sector agroalimentario, que fueron configurando un nuevo régimen global.

De esto se desprende una primera diferencia sustancial que separa el modelo de agroindustria respecto del de agronegocios: si bien ambos ilustran la tendencia globalizadora del capitalismo moderno, el primero tuvo su auge en un contexto político signado por el rol activo y dirigente de los Estados Nación, mientras que el segundo se desenvuelve en un escenario caracterizado por la desregulación política a nivel local, junto con la institucionalización de formas de regulación a nivel global. Esto se traduce en la consolidación de la preponderancia de los mercados globales por sobre los nacionales y, junto con ella, el poder de las corporaciones transnacionales en detrimento de las atribuciones estatales.

Este primer elemento de ruptura nos permite ubicar el pasaje del modelo agroindustrial al modelo de agronegocios que se produce en la región, al interior de esa transición mayor que conduce del capitalismo keynesiano al capitalismo global a la que refiere S. Sassen. La identificación de esta distinción nos permite introducir la pregunta respecto de qué características asume en el marco de este nuevo patrón ese “filo del sistema” que la autora define como objeto de sus indagaciones. Y, a partir de allí, sobre cuáles son las lógicas específicas de expulsión que crea y reproduce en los territorios sobre los que avanza.

Podemos decir al respecto que quizás la expulsión más notoria y evidente ha sido, recuperando la expresión de la propia Sassen, de tipo biosférica: la expansión de la frontera agropecuaria se produjo a través de la destrucción de bosques y montes nativos. Sin embargo, no solo la flora y la fauna ha sido expulsada, sino también el conjunto de actividades productivas ya presentes en estos territorios, hasta entonces empleados para la ganadería extensiva y de subsistencia.

Pero, fundamentalmente, el avance de unos pocos cultivos de exportación impulsado por el agronegocio se produjo sobre la expulsión de un mosaico diversificado de cultivos regionales. Esto en tanto que, a diferencia de lo que ocurría con el modelo agroindustrial, en el que los mercados internos jugaban un papel importante en el proceso de acumulación de capital, el agronegocio desarrolló un patrón de especialización productiva anclado en la concentración de un número reducido de cultivos en los territorios en los que se inserta, desplazando así a otros usos del suelo. Es por ello que Gras y Hernández (2013) refieren a una “especialización” productiva de las economías, antes que a su “reprimarización”.

Este proceso es impulsado a través de la conformación de plataformas que responden a las demandas y requerimientos que se gestan en otras regiones del mundo. En este sentido, Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay conforman una de las mayores plataformas globales de producción de alimentos: en 2018 estos países aportaron en conjunto el 49 % de la producción mundial de soja, el 11 % de la de maíz y el 41 % de la de caña de azúcar (tres de los cultivos que lideran el incremento del área cultivada global), mientras que en 1980 lo hacían con el 23 %, 7 % y 23 % respectivamente. En el caso de la soja, para lograr dicho incremento, la superficie cultivada aumentó entre 2002 y 2010 el 30 % en Brasil, 46 % en Argentina, 55 % en Bolivia, 80 % en Paraguay y 1000 % en Uruguay (Gras y Hernández, 2021).

Las autoras afirman que estas dinámicas contribuyen al desacople de la producción agropecuaria respecto de las especificidades de los territorios locales. Esto en tanto que, por un lado, la estandarización de las tecnologías utilizadas procura reducir sus particularidades biológicas y climáticas. Mientras que, por el otro, la especialización productiva barre las mediciones históricas a partir de las cuales lo local, con sus características económicas, sociales, culturales, imprime rasgos específicos a la inserción de esta actividad.

Uno de los principales correlatos de estos procesos ha sido la expulsión del orden económico de unidades campesinas y pequeñas empresas de tipo familiar. En la etapa precedente, las empresas agroindustriales integraban a estos productores en tanto que abastecedores de materia prima, al tiempo que el Estado desplegaba distintas herramientas orientadas a promover su refuncionalización y adaptación a los requerimientos de estas últimas. Esto se modifica con la irrupción del agronegocio que, por un lado, establece una vinculación directamente proporcional entre rentabilidad y grandes escalas productivas que permitan mantener un alto ritmo de incorporación tecnológica. Y, por el otro, se inscribe en un nuevo régimen de gobernanza global que limita la intervención estatal a los lineamientos definidos por los organismos internacionales, cuyas propuestas para el campesinado ya no apuntan a su “modernización” sino a mejorar su producción de subsistencia.

La mencionada ampliación de la escala productiva generó, a su vez, importantes efectos sobre la reconfiguración de los factores que intervienen en la actividad. En lo concerniente al trabajo, la tercerización y la especialización tecnológica definieron una estructura laboral conformada por un escaso número de trabajadores temporarios, calificados y bien pagos, empleados por las empresas prestadoras de servicios agrícolas –el tractorista de la sembradora, el maquinista de la cosechadora, etc.–, que prácticamente excluye el uso de trabajo intensivo no calificado.

Por último, profundizó las tendencias a la concentración y extranjerización de la tierra y de la producción agraria, históricamente existentes en la región. Esto no solo se produjo por medio de la compra de tierra a gran escala –a la que la literatura reciente refiere a partir de la noción de acaparamiento– sino también a través del arrendamiento de la misma. Es por eso que la extranjerización y concentración de la producción avanzó más rápido que la de la propiedad de la tierra, siendo de vital importancia en ambos procesos, el papel desempeñado por el capital financiero.

De modo que, sin perder de vista el carácter diversificado que signa el accionar del agronegocio sobre los territorios en los que se arraiga, podemos inferir –recuperando el argumento de Sassen– que su avance es cuanto menos “compatible” con la expulsión brutal de bosques y montes nativos; de actividades económicas ancladas en especificidades biológicas, climáticas, históricas y sociales locales; y de asalariados y pequeños productores agrícolas, entre otros.

Y, aun así, los instrumentos que lo hacen posible son el producto de formas avanzadas de conocimiento. De hecho, la complejidad es un elemento recurrente en los pilares que para Gras y Hernández (2021) sostienen el modelo: el tecnológico, centrado en el desarrollo de las biotecnologías de derecho privado y las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación; el financiero con eje tanto en la intervención sobre la demanda y el precio de las commodities a escala global, como en el desarrollo de herramientas financieras para productores a nivel local; el organizacional, referido a la implementación de herramientas de gestión apoyadas en las TICs; y el productivo, con las ya mencionadas dinámicas de concentración de la tierra –vía compra o arrendamiento– y tercerización de las labores agrícolas.

La expulsión del campo paraguayo

Decíamos en la introducción que la génesis de este artículo se encuentra en una inquietud empírica: el origen rural de casi todos los trabajadores inmigrantes entrevistados en el marco de mi investigación doctoral. Si bien ya anticipamos allí algunas características de estos informantes, describimos a continuación ciertos rasgos demográficos que nos permitirán situar los datos que se presentarán más adelante.

El primer elemento a destacar es que la totalidad de los entrevistados son varones. Esto se debe a que el universo observado durante la investigación doctoral–la construcción como sector productivo en general y la “obra” como espacio de trabajo en particular– es un espacio profundamente masculinizado. Cuando se incorpora la variable etaria, el panorama se torna más variopinto: los trabajadores entrevistados cubren una franja amplia que los ubica aproximadamente entre los 20 y los 50 años. A pesar de esta diversidad, todos ellos declararon haber llegado al país con entre 14 y 25 años de edad –es decir, en edades laborales activas y en pleno desarrollo de su proyecto vital–, la mayoría en el período comprendido entre los años 2006 y 2008.

En lo concerniente a la procedencia geográfica de estos trabajadores podemos afirmar dos cosas. En primer lugar que, tal como se anticipó en la introducción, el origen nacional compartido fue el resultado de un sesgo metodológico derivado de la estrategia de aproximación utilizada para establecer contacto con potenciales entrevistados, antes que una decisión contemplada en el proyecto de investigación. En segundo lugar que, del universo de trabajadores entrevistados solo uno mencionó haber nacido en una ciudad de importancia como es Ciudad del Este.1 El resto declaró provenir de zonas rurales, caseríos, colonias, pueblos y/o pequeñas ciudades con poblaciones menores a los 50.000 habitantes, tales como Pilar (Ñeembucú), Colonia San Juan (San Pedro), Carmen del Paraná (Itapúa) y Santa Rosa (Misiones).

Tal como lo sintetiza uno de ellos: “vivíamos en un pueblo, como cualquier pueblito, pero que para Paraguay era una ciudad, para la cantidad de habitantes que somos, es ciudad. Comparándolo con acá, un pueblito” (Entrevista 24, 10/10/17). Es en función del tamaño reducido de estos poblados que para aludir a su procedencia geográfica se auxilian de referencias adicionales respecto de los centros urbanos más próximos o de las jurisdicciones que los comprenden: “de la zona de Pilar” (Entrevista 05, 01/12/13); “cerquita de Encarnación” (Entrevista 06, 27/07/14).

La mayoría de ellos señaló además conformar en origen hogares numerosos, integrados por entre 6 y 8 personas, que funcionan como unidades productivas. En el caso de quienes declararon vivir en las zonas rurales, el principal objetivo de las labores productivas es el de garantizar la reproducción de la vida doméstica. Es decir, se trata de un patrón productivo anclado en la agricultura familiar, orientado hacia el autoconsumo y a la comercialización de excedentes: “en la chacra cultivan cosas, de todo. Y tienen animales. Caballos, vacas, chanchos, de todo. Algunas cosas sí para vender, pero la mayoría para comer ahí” (Entrevista 26, 21/10/17). En general las familias son propietarias de las pequeñas extensiones de tierra que trabajan, aunque también aparecen referidas otras relaciones contractuales: “[mi familia] tenía campo y trabajábamos en un campo también. Hacíamos todo sembrado, algodón, maíz, mandioca, todas esas cosas. Tenía 12 hectáreas” (Entrevista 29, 14/11/17).

En muchos de estos relatos se evidencia que esta actividad principal suele ser complementada con los ingresos obtenidos por los distintos integrantes de la familia, a través de la realización de actividades secundarias. Dice al respecto uno de los trabajadores:

[vivía] en el campo, cerca de un pueblo, pero ¡en campo campo! Era de mi familia. Hasta ahora todos ellos están ahí. Cultivan todo así… para consumo. Maíz, todas esas cosas. Y para comida de los animales. Tienen chanchos, vacas. No tienen mucho viste, pero tienen. Y tienen un kiosco porque ahí hay mucha gente, muchos vecinos (Entrevista 21, 17/08/2017).

Lejos de ser específico de la zona rural, este patrón también se repite en las zonas urbanas que circundan a la primera. Dice uno de los entrevistados:

yo era panadero, porque mi viejo tiene panadería allá y todos mis familiares trabajamos en panadería. En Santa Rosa, un pueblito que tendrá bastantes habitantes, una ciudad chiquita. Ahí tenía la panadería. Tengo hermanos, tres hermanos ahí y dos hermanas. La mayoría tienen estudios, unos son maestros, otro se recibió en arquitectura. Nunca dejan de hacer su trabajo igual porque allá no hay tanto de lo suyo (Entrevista 25, 21/10/17).

Independientemente de que la residencia se fije en una zona rural o urbana, nos interesa destacar el elemento de continuidad que atraviesa ambos espacios en estas regiones, que hace que predomine la mixtura antes que una separación tajante entre dichos territorios. Es lo que ocurre en el caso de A, que trabajaba en el campo con su familia y complementariamente se ocupaba del reparto de un almacén en el pueblo:

yo en Paraguay hacía trabajo de campo. Mi familia tiene el campo, tiene la casa, todo. Cultivaba algodón, maíz, camote, mandioca. Y por ahí yo trabajaba en la parte de repartición de mercadería en una mini empresa, un almacén. Ayudaba ahí y aparte hacía para mi plata digamos (Entrevista 28, 08/11/17).

Estos resultados coinciden con los obtenidos en el marco de otras investigaciones que analizan el origen rural de trabajadores inmigrantes paraguayos empleados en el sector de la construcción en el Área Metropolitana de Buenos Aires (Bruno y Del Águila, 2010; Del Águila, 2017 y Del Águila y Neiman, 2021). Los mismos señalan que un tercio de la fuerza de trabajo constructora paraguaya en Buenos Aires proviene del campo y que este fenómeno se nutre de una doble vertiente. Por un lado, del hecho de que los migrantes que priorizan a la Argentina como destino migratorio son los que provienen de departamentos empobrecidos y con elevados índices de población rural. Por el otro, de que la construcción capta más fuerza de trabajo agrícola que el conjunto del resto de los sectores productivos, probablemente debido al efecto de redes específicas de reclutamiento de trabajadores a través de vínculos de ‘paisanaje’.

En las páginas que siguen nos proponemos explorar posibles vinculaciones entre, por un lado, las características sociodemográficas de los trabajadores arriba mencionadas junto con otras apreciaciones de tipo cualitativas obtenidas en el trabajo en el terreno a las que entendemos, siguiendo a Sayad, como hallazgos de la literatura de inmigración. Y, por el otro, las transformaciones que introdujo la consolidación del agronegocio en el campo paraguayo, enfatizando sobre la manera en que se materializan las lógicas de expulsión a él asociadas en el seno de dichos territorios, tal como han sido abordadas por la literatura de la emigración.

Entendemos, siguiendo a Gras y Hernández (2021), que si bien el modelo de agronegocios constituye en sí mismo un régimen global –tanto porque conduce a la creación de grandes plataformas productivas de exportación, como porque sus protagonistas son ellos mismos actores globales–, este no se arraiga en el vacío. Por el contrario, tiene lugar en territorios y sociedades cuya configuración material y simbólica le imprime una serie de especificidades que le son propias. De modo que las nuevas asimetrías que se observan en el mapa rural regional, son indisociables de las viejas asimetrías que lo han configurado históricamente como tal.

Entre estas últimas, cabe destacar, en primer lugar, la experiencia colonial. Con la conquista y el despojo de América Latina en manos de las potencias centrales de la época, la tierra dejó de ser considerada como parte indisociable de la vida, la cultura, la lengua y las costumbres de los pueblos (tal como lo asumía la cosmovisión de las comunidades originarias), para ser entendida como un medio para generar ganancias, sea a través de su explotación como factor de producción o de su intercambio como mercancía.

Sin embargo, frente a esta realidad regional, el caso paraguayo presenta especificidades notables. En primer lugar, porque a diferencia de lo que ocurrió en otros países de la región, la creación del Estado paraguayo permitió inicialmente la conservación de la mayor parte del territorio del país por fuera del circuito comercial, bajo la condición de tierras fiscales. Es por ello que (y este es su segundo rasgo distintivo) la imposición de la mencionada concepción mercantil sobre el uso de la tierra solo se logró violentamente a través de la Guerra de la Triple Alianza (1870), en la que los vecinos Brasil y Argentina oficiaron de satélites regionales de las metrópolis imperiales (Gunder Frank, 1966).

El Estado fue despojado de la propiedad de la tierra y esta fue mal vendida en enormes extensiones a capitales argentinos, brasileños, ingleses y, en menor medida, paraguayos. El resultado ha sido la configuración de una estructura de propiedad de la tierra signada por su concentración y extranjerización; y una matriz de explotación intensiva de sus recursos naturales en función de las necesidades del mercado internacional, que contempló la explotación de la yerba mate, el tanino y la madera de los quebrachales y la ganadería extensiva (Rojas Villagra, 2014).

De modo que tanto la experiencia colonial latinoamericana en general, como las especificidades que asumió en el caso paraguayo a partir de la intervención activa de los satélites regionales en la imposición de los intereses metropolitanos al interior de dicho territorio en particular, contribuyeron a consolidar una cimiente histórica asimétrica sobre las que se asentarán posteriormente los nuevos desequilibrios generados por la expansión del modelo de agronegocios.

En cuanto a esto último podríamos identificar, como otra de las especificidades del caso paraguayo, el desarrollo temprano de algunas de sus principales condiciones de posibilidad durante el régimen dictatorial de Alfredo Stroessner; quien contribuyó enormemente a la profundización y aceleración del proceso de concentración y extranjerización de la tierra iniciado tras la Guerra de la Triple Alianza.

Durante su gobierno se implementaron una serie de programas de colonización que tuvieron el objetivo oficial de promover la ocupación, tanto pública como privada, de las áreas periféricas; para cuya ejecución se tomaron préstamos del Banco Interamericano de Desarrollo y del Banco Mundial, destinados a la compra de tierras y a su posterior distribución entre la población (Yaluff, 2006). Sin embargo, el reparto subsiguiente derivó en la entrega masiva de tierras a latifundistas, en detrimento de los pequeños campesinos, contribuyendo aún más a su concentración (Barreto, 2013; Glauser Ortiz, 2009; Palau, Cabello, Maeyens, Rulli y Segovia, 2007; Palau, 2012; Rojas Villagra, 2014).

Estos elementos aparecen con mucha claridad en el relato de uno de los trabajadores entrevistados:

lo que yo escuché de mi papá es que en época de Stroessner te ibas al cuartel y te tocaban tantas hectáreas para ir a retirar. Así nomás, eran del gobierno, él repartía así. Porque la tierra antes sobraba (…). Y ahora todo el mundo se preocupa porque no hay más (…) y ¿qué pasó con toda esa tierra? Agarraron los tenientes, los coroneles, ellos se pusieron sus nombres, pero todo son tierras mal habidas (Entrevista 06, 2 7/07/14).

Simultáneamente, favoreció el reforzamiento de su extranjerización. En primer lugar, mediante la derogación del Estatuto Agrario de 1940 que prohibía su compra por extranjeros en los 150 kilómetros lindantes a las fronteras. Y, en segundo lugar, a partir de la oferta de financiamiento para actividades agropecuarias orientadas a la producción de exportación. Esta iniciativa se vio condensada en el “Primer Programa Nacional de Soja” de 1972, que ofrecía facilidades crediticias a agricultores que ya fueran propietarios de tierras escrituradas y realizaran una producción semimecanizada, a los fines de aumentar el área destinada a este cultivo y modernizar su producción (Klauck, 2011).

Si bien la intervención estatal, materializada en la promoción de políticas públicas orientadas a promover la modernización productiva, nos conecta con aquellos elementos que identificamos como propios del patrón agroindustrial que antecedió al agronegocio, se aleja de lo señalado en dos aspectos fundamentales. Por un lado, porque esa participación no estuvo dirigida a la organización de sectores productivos conectados con la demanda interna, sino que buscó promover una agricultura destinada al mercado internacional. Por el otro, porque no se preocupó por incluir a las pequeñas unidades productivas, sino que, tal como se deriva de los requisitos del programa, estaba orientada a productores de mediana escala que ya hubieran avanzado en la mecanización de sus tareas.

El contundente impulso estatal propiciado por el gobierno dictatorial, sumado a los altos precios internacionales de estos productos y los bajos precios de la tierra combinados con su alta fertilidad y escasa densidad poblacional, favorecieron el triunfo de la agricultura farmer –de explotaciones medianas donde se combinan cultivos de renta y de subsistencia, con labores altamente mecanizadas y mano de obra casi exclusivamente familiar– sobre la agricultura campesina, registrada a partir del establecimiento de un gran número de agricultores brasileros en la región suroriental del país (Glauser Ortiz, 2009; Klauck, 2011; Wesz Junior, 2019).

Los procesos arriba descriptos continuaron profundizándose durante los gobiernos democráticos que se sucedieron a partir de 1989 tras el derrocamiento de Stroessner. Las cifras obtenidas en el Censo Agropecuario Nacional (CAN) de 2008 son contundentes al respecto. Según los datos allí reunidos, Paraguay dispone de 32.527.075 hectáreas de tierras productivas. De estas, 30.566.963 se encuentran en manos de 24.844 fincas, mientras que las 1.960.112 hectáreas restantes se encuentran distribuidas entre 264.822 fincas. Es decir: el 94 % de las tierras productivas se encuentra en manos del 9 % de las fincas; mientras que el otro 6 % se haya distribuido entre el 91 % las fincas restantes (Barreto, 2013). Por otra parte, en el período intercensal comprendido entre los años 1991 y 2008 se produjo una expansión de la frontera agrícola que fue acompañada de una disminución de las explotaciones menores a 200 hectáreas, tanto en cantidad como en superficie ocupada, en contraste con lo que ocurrió con las explotaciones mayores a 500 hectáreas que crecieron en ambos aspectos (Fogel Pedroso, 2019). Finalmente, los datos señalan que el 19 % del territorio nacional se encuentra bajo control directo o indirecto de empresas o ciudadanos extranjeros, siendo casi dos tercios de estos propietarios de origen brasileño (Glauser Ortiz, 2009).2

Estos rasgos también aparecen reflejados en el relato del trabajador entrevistado:

donde nosotros estamos [Encarnación, Departamento de Itapúa] hay muchos brasileros. Argentinos hay poquitos que se van a hacer negocios, a poner un restaurante. Pero los brasileros, esos se dedican a la chacra y plantan muchas hectáreas. Paraguayo poco y nada lo que plantan ahí. En Ciudad del Este agarran todo brasileros, todito brasilero. Miles y miles de hectáreas, desde el Alto Paraná hacia Ciudad del Este todos son brasileros (Entrevista 06, 27/07/14).

Es en función de las mencionadas circunstancias que la expansión del cultivo de soja, entendida como uno de los rasgos más paradigmáticos de este proceso, se inició en los años 80 en los departamentos fronterizos de Itapúa primero y Alto Paraná después, ambos ubicados en la parte suroriental del país. Y, desde allí, se expandió hacia el norte y el oeste, ocupando en la actualidad las áreas geográficas comprendidas, entre otros, por los Departamentos de San Pedro, Caaguazú y Misiones, de donde provienen la mayoria de los entrevistados.

Las expulsiones vinculadas al desarrollo de estos procesos han sido de una magnitud particularmente notable, sobre todo si se tiene en cuenta que Paraguay es el país con mayor proporción de población rural en América Latina: mientras que allí la población campesina representa el 43 % de la población total, en el resto de los países de la región esta cifra se ubica, en promedio, en torno al 27 % (Halpern, 2009).

Estas afectan, en primer lugar, a los pequeños productores. En los años 80, la producción de algodón proveniente de pequeñas unidades campesinas representaba más del 30 % de las exportaciones primarias del país. Esto les garantizaba una inserción –si bien subordinada– al mercado nacional de exportación, por medio de una densa red de intermediarios que se ocupaba tanto de la provisión de insumos como de la venta de la producción a las desmotadoras (Fogel Pedroso, 2019). Pero como las actividades agrícolas que promueve el modelo de agronegocios solo resultan rentables a gran escala, y el encarecimiento del precio de la tierra hace que la compra de nuevos lotes para anexar a su explotación resulte inviable para las familias campesinas propietarias de pequeñas parcelas, estas las terminan vendiendo o arrendando. Y, en la mayoría de los casos, son adquiridas por medianos propietarios brasileños y empresarios paraguayos de la zona, que suelen oficiar de testaferros de los primeros con el objetivo de acercarse a potenciales vendedores de la comunidad (Palau et al., 2007).

Pero también, la ya mencionada reconfiguración de los factores productivos asociada a la especialización tecnológica del trabajo, tiene como correlato una reducción muy drástica en la capacidad del sector para atraer mano de obra. Las pequeñas unidades campesinas dedicadas al cultivo de algodón que mencionamos en el párrafo precedente, requerían de un gran número de trabajadores temporarios para la realización de tareas específicas –como por ejemplo la cosecha– que provenían en general de las fincas más pequeñas dedicadas a la agricultura de subsistencia. En la actualidad, en cambio, no se necesitan más de dos personas para cultivar 1000 hectáreas de monocultivo sojero, lo que ha generado entre 1991 y 2008 una disminución del trabajo asalariado temporal del 75 %, caída que asciende al 95 % en el caso del empleo femenino (Fogel Pedroso, 2019).

Esto es indisociable del registro en estos territorios, de elevados porcentajes de pobreza extrema. Gerardo Halpern (2009) señala que, en promedio, los ingresos en zonas rurales logran cubrir únicamente el 50 % de la canasta básica; al tiempo que Riquelme y Vera (2015) alertan sobre el encarecimiento de esta última a partir de la pérdida progresiva de capacidad local para producir alimentos. Esto no solo afecta a las personas que habitan en las fincas, sino también a comerciantes y puesteros de los poblados circundantes, que sostienen sus emprendimientos gracias a la demanda de las primeras. Tal como lo sintetiza un entrevistado: “nosotros venimos del campo todos. Allá en el campo la pobreza era bastante jodida, así que nos vinimos todos para acá” (Entrevista 29, 14/11/17).

Todos estos elementos conducen a la progresiva descampesinización de las jóvenes generaciones, proceso que suele iniciarse con su ocupación intermitente en actividades complementarias como primer estadio en la subsiguiente secuencia de su proceso de “proletarización”. Esta puede ser procedida por una migración rural-rural, de tipo estacional en función del calendario de cosechas, o de un desplazamiento interno rural-urbano hacia las principales ciudades del país, en busca de empleo en el sector secundario o de servicios. Pero como este último se encuentra escasamente desarrollado, puede que finalmente concluya con la emigración hacia Argentina, destino frecuente de estos colectivos.

El relato de otro de los entrevistados reúne con mucha claridad la concatenación de estos elementos:

los paraguayos mismos no tienen tierra. Vendieron su propia tierra y ahora son personal de su propia tierra. La gente que le vendieron está trabajando para la gente que le compró, pero eso pasa porque no hay una ayuda del gobierno. Vos tenés 50 hectáreas, tenés un tractor y con un tractor no hacés nada, tenés que mover la tierra, sembrar, cosechar. Por eso siguen avanzando los extranjeros en Paraguay. Ellos compran la tierra y después que producen llevan a su país otra vez. Paraguay tiene no sé cuántas hectáreas de trigo, el trigo está bajísimo y Brasil lleva todo y ¿nosotros? Nuestra propia harina es mucho más cara que la argentina. Nosotros tenemos que venir a comprar a la Argentina, llevar allá, nos sale más barato traer. Y ahí no hay producción. Acá en Argentina hay muchas fábricas, que te hacen de todo, allá no hay fábrica, hay poquísimo. ¿Cómo vas a conseguir trabajo si no hay fábrica? La mayoría son gente que están acá, del campo, que se dedicaban a la ganadería, a la chacrita (Entrevista 06, 27/07/14).

Las edades de la emigración

En función de lo expuesto en el apartado precedente, Palau et. al (2007) sostienen que los campesinos paraguayos que deciden emigrar, lo hacen como consecuencia de la degradación de sus condiciones de vida generadas por el avance del agronegocio, antes que por sentirse seducidos por lo que les ofrecen las sociedades de destino. Es por esto que se refieren a ellos en tanto que “refugiados del modelo agroexportador”, con el objeto de destacar el carácter forzado de dichos desplazamientos.

Sostienen estas afirmaciones a partir de las encuestas realizadas a diferentes familias campesinas residentes en 8 comunidades paraguayas afectadas por el avance del mencionado modelo socioproductivo. Los resultados obtenidos arrojan que el 82 % de estas familias no tienen ningún miembro con intenciones de migrar y que en el 52 % de los casos en que esa intención existe, solo uno de ellos lo haría. Por otra parte, existe una relación inversamente proporcional entre las familias en las que ningún miembro quiere migrar y la cantidad de miembros que ya lo hicieron. Es decir: a mayor cantidad de familiares emigrados, menor intención de los miembros restantes a emigrar. De esta información se infiere que “las familias consultadas ven a la migración como una estrategia de obtención de ingresos fuera de la finca que permite la reproducción vía remesas del núcleo familiar de origen, el cual se muestra renuente a abandonar su condición campesina” (p. 111).

Los datos obtenidos en el trabajo de campo presentan algunos puntos de contacto y algunas disidencias respecto de estas afirmaciones. En primer lugar, la totalidad de los entrevistados declararon conservar en origen a su familia nuclear. Es decir, se repite el modelo mencionado en el párrafo precedente según el cual un miembro de la familia emigra para que el resto del grupo familiar pueda conservar su condición campesina. Incluso de algunos relatos puede inferirse un cierto patrón de división sexual del trabajo doméstico que incluye al “trabajo migratorio” entre las tareas masculinas. “Allá tengo mis dos hermanas, mi papá, mi mamá (…). Todos los varones nos vinimos de Paraguay” (Entrevista 05, 01/12/13). “[Tengo] seis hermanos, cinco varones y una mujer. Acá somos tres hermanos y uno en Buenos Aires y los demás están en Paraguay” (Entrevista 20, 01/09/17).3

Sin embargo, no se trata de una estrategia orientada a sostener la reproducción de la finca a través de los ingresos generados por fuera de ella. Esto es, vía remesas. Lo que se deriva del análisis de las entrevistas realizadas es que la contribución del emigrado a la reproducción de la familia campesina se produce de manera indirecta, a través de la reducción de las presiones demográficas que imprimen las nuevas generaciones sobre estas unidades productivas.4

De hecho, ninguno de los trabajadores entrevistados declaró enviar remesas a los familiares que permanecen en destino de manera regular. Por el contrario, las referencias al envío de algún tipo de contribución monetaria asumen un carácter mucho más ocasional y esporádico. Mencionó al respecto N, uno de los trabajadores entrevistados que organizaba torneos de fútbol “para los 15 años de nuestra hermana. Ella estaba en Paraguay y nosotros juntábamos para mandarle plata” (Entrevista 05, 01/12/13). De la misma conversación participaron EV, su pareja y EM, una vecina, ambas también paraguayas. Las dos mujeres señalaron en otro momento de la conversación:

EV: Me quiero ir, pero a pasear a ver a mi gente, ir de paseo, una semana o dos semanas. Pero más de eso no, porque la última vez me fui una semana y ¡me agarró una desesperación! porque todo el mundo te pide plata, se piensan que uno se va con mucha plata. EM: y lo que gastás ya no recuperás. EV: y si, de una vez que le das a esta, suponete, 200, te doy a vos, 300 a vos. El problema es que todos quieren regalito (Entrevista 05, 01/12/13).

Lo que se desprende de ambos pasajes es que, independientemente de que adquieran la forma de regalos durante las visitas o de una colaboración para afrontar gastos específicos, como los derivados de la celebración de un cumpleaños de 15, la contribución económica del emigrante a la familia en origen se presenta como una dádiva. Y, sin desconocer el complejo sistema de intercambios que se tejen en torno al don, no resulta menos evidente su carácter excepcional y voluntario: ni pueden ser contadas como fijas por quienes las reciben para afrontar sus gastos corrientes, ni se deducen de los ingresos regulares de quienes las envían.

Esto no debería interpretarse como un desentendimiento de los emigrados respecto de sus familias y comunidades de origen. Por el contrario, la mayoría señalaron que se comunican con sus allegados periódicamente y que los visitan con frecuencia. Las fiestas de navidad y año nuevo emergen en muchos de los relatos como el momento privilegiado para hacerlo: “si Dios quiere vamos a ir a fin de año. En diciembre, navidad y año nuevo vuelven todos. Ves a un montón de gente. Después enero y febrero ya se descomprime” (Entrevista 10, 19/08/16). “Me voy cada seis meses, un año. Voy de visita. Una semana, a veces me voy quince días” (Entrevista 21, 17/08/17). “Por lo general para fin de año vamos para allá” (Entrevista 25, 21/10/17). “Tenemos una casa allá, cada tanto nos damos una vuelta, ahora para las fiestas.” (Entrevista 26, 21/10/17). “Todos los años voy. Por suerte todas las fiestas voy. Mi hermano y mi hermana también van, todos” (Entrevista 28, 08/11/17).

Podemos analizar las diferencias encontradas en el terreno respecto de algunas de las tesis contenidas en la idea de “refugiados” del modelo, a la luz de la idea de las tres “edades de la emigración” a las que refiere Sayad para aludir a las transformaciones que atraviesan las comunidades rurales productoras de emigrados y su impacto sobre las características mismas que asume la emigración.

Sayad (2010) afirma que, durante la primera fase de la emigración, la sociedad campesina –en su caso analiza la sociedad argelina– todavía luchaba por sobrevivir y esperaba de la emigración a Francia de algunos de sus miembros los medios necesarios para perpetuarse como tal. El emigrado de entonces era un campesino que no se había separado de los suyos más que física y provisionalmente, con el objetivo de cumplir con una misión bien precisa y limitada en el tiempo que le había sido por ellos comisionada.

La segunda fase, en cambio, se desarrolló una vez iniciado el proceso de descampesinización y la consecuente pérdida de interés por el trabajo de la tierra y las condiciones de vida campesina que este conlleva. En este nuevo contexto, la emigración se convierte en una empresa individual y permanente. Es individual porque aparece desprovista de su objetivo inicialmente colectivo y es permanente porque se prolonga en el tiempo hasta reducir los retornos a los períodos anuales de vacaciones.

En la tercera y última fase, el proceso de descampesinización ha llegado a su fin y la emigración ha terminado por implantar en Francia una comunidad argelina relativamente autónoma, respecto tanto de la sociedad francesa como de la sociedad argelina de la que toma sus orígenes. Esta comunidad se ha instalado como una estructura permanente, en la que cada nueva ola de emigrados encuentra todo lo que necesita para reforzar dicha cohesión, como mercado de trabajo, matrimonio o bienes de consumo.

Las conclusiones a las que llegan Palau et al. en su trabajo situarían a la emigración rural paraguaya en la primera de estas fases. Es decir, en su análisis el emigrado aparece como aquel que asume el mandato familiar y se sacrifica por el conjunto del grupo para que, a través del envío regular de remesas, este pueda conservar su condición campesina.

Sin embargo, nuestras incursiones sobre el terreno nos llevarían más bien a caracterizar estos procesos migratorios en la segunda de estas etapas, en función tanto del vínculo que establece con la sociedad de emigración como del tipo de emigrado que generan. Esto, en primer lugar, porque los potenciales emigrantes se registran entre campesinos que ya han comenzado a transitar su proceso de proletarización. En segundo lugar, porque la emigración contribuye solo de manera indirecta a la reproducción de la vida campesina, a través de la reducción de las presiones demográficas sobre la familia en tanto que unidad productiva, pero no de forma directa a través del envío de remesas. En tercer lugar, porque, si bien parece establecerse una suerte de patrón migratorio en el seno de la estructura familiar, en la práctica el proyecto aparece como un proyecto individual y permanente –antes que colectivo y esporádico–, hecho que se traduce en el predominio de los retornos anuales a las localidades de origen.

Incluso, tal como se deduce de la cita que se reproduce a continuación, es posible encontrar elementos propios de la tercera fase de la emigración:

al principio era difícil adaptarme acá. Todos los días era levantarme, ir a trabajar, venir, y querer irme a Paraguay. Estuve, así como tres o cuatro meses. Buscaba mi familia, me quería ir [se le llenan los ojos de lágrimas]. Después me fui acostumbrando. De a poco me fui acostumbrando. Aparte todos los que iban conmigo a la escuela, ahora están acá. Así que es lo mismo que estar allá. Nada más la diferencia es que no está la familia (Entrevista 28, 08/11/2017).

Muchos de los elementos relevados en el terreno coinciden con los datos obtenidos por Riquelme y Vera (2015) en seis municipios paraguayos de tradición campesina. Los autores señalan, por un lado, la existencia de una especie de diáspora de jóvenes que se ven atrapados entre una sociedad de consumo cada vez más exigente y una agricultura que no genera suficiente ingreso para hacer frente a la nueva realidad. Y, por el otro, transformaciones sustanciales en las pautas culturales en las comunidades rurales, vinculados a la percepción de las familias rurales respecto a la agricultura como profesión: “la mayoría de ellas hacen el esfuerzo para que sus hijos/as culminen alguna carrera profesional: docencia, enfermería, administración, etc., que les facilite otros horizontes laborales” (p. 85). Ambos procesos se retroalimentan: como las familias, a través de sus estrategias de reproducción, alientan la inserción profesional de sus miembros más jóvenes en otros sectores de la economía, en la mayoría de los hogares rurales solo quedan ancianos y niños, que cuando crezcan también emigrarán de allí.

Pero este trabajo realiza además otro aporte interesante al distinguir al interior de la muestra de municipios observados entre, por un lado, aquellos con una fuerte presencia y una larga tradición de la agricultura empresarial (tales como los comprendidos en los Departamentos de Alto Paraná y Caaguazú), en los que la migración afecta a familias enteras. Y, por el otro, aquellas comunidades (como las pertenecientes al Departamento de Paraguarí) donde si bien la agricultura campesina encuentra otras complicaciones, la presencia del modelo de agronegocios es todavía un poco más débil; y la migración afecta principalmente a las jóvenes generaciones, quedando las adultas viviendo en las comunidades de los ingresos proveídos por las remesas remitidas por sus familiares y de los programas estatales.

Estos señalamientos dan cuenta de cómo el proceso de descampesinización y pérdida de interés por el trabajo de la tierra y las condiciones de vida campesina, que Sayad entiende como propio de la segunda fase de la emigración, resulta a su vez indisociable tanto del desarrollo alcanzado por la avanzada del agronegocio que le da origen, como de un tipo particular de emigrado que emerge como su producto.

Consideraciones finales

La consolidación del agronegocio como modelo agrario hegemónico supuso una transformación radical del mundo rural sudamericano. Desde los inicios del siglo XXI, cada uno de sus pilares “hacedores de sistema” no han dejado de expandirse y de consolidarse, generando tendencias productivas, políticas y económicas difícilmente alterables o reversibles.

Gras y Hernández (2013) afirman que la cuestión agraria contemporánea se inscribe en el contrapunto producido entre quienes destacan que el nuevo modelo ha favorecido el desarrollo de una economía dinámica y moderna basada en el conocimiento, y quienes acusan a ese modelo de ser de tipo extractivista y concentrador, rasgos que lo hacen inviable tanto social como ambientalmente en el mediano y largo plazo. Los aportes de Sassen (2015) nos permiten pensar, más que en términos de confrontación, en los elementos de complementariedad que se tejen entre estas dinámicas, allí donde formas complejas de conocimiento tienden a producir brutalidades elementales.

Estos cruces, estas asistencias entre complejidad y brutalidad se inscriben localmente sobre las matrices de desigualdad históricas que configuran a los territorios sobre los que intervienen. Es por ello que podemos afirmar que, si bien la experiencia colonial primero y la configuración de los Estados Nacionales en función de las necesidades del mercado internacional después, consolidaron una cimiente de desigualdad que es común para el conjunto del continente, la historia paraguaya registra un conjunto de especificidades que le son propias –y van desde el colonialismo regional, en manos de las naciones vencedoras de la Guerra de la Triple Alianza, hasta la obsecuencia imperialista y antipopular de A. Stroessner– y que refuerzan estas tendencias y las hacen más profundas que en otras regiones.

Es por ello que el filo del sistema, tal como se configura en el campo paraguayo, promueve expulsiones masivas que se encuentran enraizadas a un hecho común: la contribución del campesinado empobrecido al modelo de agronegocios de tipo capital-intensivo no se da a partir de su condición ni de trabajadores ni de consumidores, sino por medio de la desposesión de sus tierras. Y, para la consumación de ese despojo, el recurso a la violencia tanto de tipo estatal –a través, por ejemplo, de la criminalización de la resistencia campesina– como paraestatal –por medio de la difusión de prácticas como las del sicariato–, es frecuente y creciente. El asesinato y la desaparición de campesinos movilizados no es más que un ejemplo tristemente ilustrativo de esa relación subsidiaria y consustancial entre complejidad y brutalidad a la que aludimos a lo largo del escrito.

En este trabajo nos concentramos en analizar una de las formas más frecuentes que asume la expulsión en estos territorios: la transformación de varones jóvenes, que integran hogares numerosos que funcionan como unidades productivas en el marco de la agricultura familiar, en potenciales emigrantes. Emigrantes que permitirán, con el gesto de su partida, reducir las presiones demográficas sobre las parcelas familiares y favorecer la reproducción de la vida campesina para el resto del núcleo familiar.

Los resultados obtenidos nos permiten, por un lado, reafirmar los hallazgos reunidos en investigaciones precedentes respecto del vínculo entre emigración rural paraguaya y consolidación del modelo de agronegocios. Pero, al mismo tiempo, la introducción de material empírico recabado de manera reciente y su interpelación a partir de la categoría de edades de la migración, habilitan a su complejización a partir de la incorporación de pliegues y matices.

Ni la sociedad campesina de emigración paraguaya es una ni es siempre la misma. Por el contrario, el avance del modelo de agronegocios va moldeando la morfología de estos territorios e imprimiendo diversas cadencias a sus dinámicas de emigración, que son a su vez indisociables de ese trabajo de modelado. Es por ello que la sociedad a la que referían las personas encuestadas por Pallau y su equipo de investigación, en 2007, no es la misma que aquella en la que pensaban los trabajadores entrevistados durante mi trabajo de campo 10 años después. La confrontación de los registros obtenidos en esta doble temporalidad, admite la construcción de una mirada diacrónica a partir de la cual identificar algunas de estas transformaciones.

Por otro lado, la introducción de la categoría de A. Sayad permite interpelar a esas transformaciones a la luz del tipo de emigración que generan y analizarlas en términos de la transición de una primera a una segunda e incluso a una tercera “edad” emigratoria. No obstante, esta afirmación no debería entenderse como una superación cronológica de fases consecutivas, sino como un cúmulo de capas que sedimentan, se superponen, penetran y presionan, tal como sugiere la incipiente perspectiva de las “estratificaciones” migratorias” (Della Puppa, Sanò y Storato, 2022).

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Notas

1 Ciudad de más de 300.000 habitantes perteneciente al Estado de Alto Paraná, ubicada a orillas del Río Paraná en la zona de la triple frontera que comparten Paraguay, Argentina y Brasil.
2 Fogel (2019) destaca los elementos de continuidad que se tejen entre gobiernos democráticos y autoritarios señalando que el Partido Colorado fue uno de los pilares fundamentales de la dominación de Stroessner en la que operó como “partido de patronazgo articulado en clientelas” (p. 40).
3 Las apreciaciones de Riquelme y Vera (2015) permiten complejizar esta mirada al destacar que la emigración campesina afecta aún más a mujeres que a varones, solo que habitualmente aparece invisibilizada en tanto contempla desplazamientos internos de las más jóvenes hacia los centros urbanos para insertarse, principalmente, en el sector del trabajo doméstico; quedando las de mayor edad en sus hogares al cuidado de niños y niñas que dejan sus hijas que han migrado.
4 Fogel Pedroso (2019) destaca que entre los años 2001 y 2016 se produjo una disminución del tamaño de las parcelas catalogadas como “minifundios”, que representan el 63,5 % del total de unidades productivas rurales. Si a esto se suma la escasa calidad de las tierras en las que se encuentran emplazadas, puede obtenerse una mirada más completa respecto del impacto de las mencionadas presiones sobre estas economías de subsistencia.

Recepción: 14 Diciembre 2021

Aprobación: 19 Junio 2022

Publicación: 26 Junio 2022

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