Mundo Agrario, diciembre 2023-marzo 2024, vol. 24, núm. 57, e225. ISSN 1515-5994
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Centro de Historia Argentina y Americana

Artículos

Estrategias asociativas para el desarrollo del sector rural. Un estudio de casos en el sur santafecino (2017-2019)

María Teresa Kobila
Facultad de Ciencias Económicas y Estadística, Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Cita sugerida: Kobila, M. T. (2023). Estrategias asociativas para el desarrollo del sector rural. Un estudio de casos en el sur santafecino (2017-2019). Mundo Agrario, 24(57), e225. https://doi.org/10.24215/15155994e225

Resumen: A partir de los antecedentes del fenómeno asociativo en el sector agropecuario se estudian ciertas experiencias para profundizar en sus lógicas y prácticas en torno a las estrategias asociativas. La hipótesis de trabajo sostiene que la ampliación de los conocimientos sobre lógicas y prácticas asociativas no sólo favorece a los productores y asociados sino también podría generar una sinergia positiva en todo el sector rural. Como objetivo general se planteó analizar y explicar cómo funcionan las diferentes estrategias asociativas que se organizan en el sector agropecuario en el sur santafecino durante el período 2017-2019. La investigación es cualitativa con enfoque en estudio de casos. La perspectiva sociológica coadyuva a la interpretación y descripción de los principales resultados referidos a las características de los grupos estudiados, las representaciones y las estrategias asociativas. Se concluye con reflexiones que verifican la hipótesis de trabajo invitando a ampliar la investigación sobre la red de asociamientos de cada individuo, dado que emergieron muchos grupos invisibilizados sobre los cuales no existe información y dicha relación se cree que aún está en una etapa embrionaria de desarrollo.

Palabras clave: Asociativismo, Experiencias, Estrategias, Estilos Asociativos, Desarrollo rural.

Associative strategies for the development of the farming sector. A case study in southern Santa Fe (2017-2019)

Abstract: Based on the previous studies about associativism in the farming sector, certain experiences are studied more deeply in order to analyze their logic and practices, around associative strategies. The work hypothesis supports the idea that expanding the knowledge about that associative logic and practice not only favors producers and associates but it might also generate a positive synergy in all the farming sector. As a general objective it was proposed to analyze and explain how the different associative strategies that they organize in the agricultural sector work, in the south of Santa Fe during the period 2017-2019. The research is qualitative with a focus on case studies. The sociological perspective contributes to the interpretation and description of the main results referred to the characteristics of the groups under study, their representations and associative strategies. The conclusive reflections support the work hypothesis, and invite to expand the research upon associative networks of each member, as several non-visible groups arouse from the study and of which there is no information available and whose relation is believed to be in an early stage of development.

Keywords: Associativism, Experience, Strategy, Associative Styles, Farming Development.

Introducción

El asociativismo o asociamiento como facultad o fin social procede desde los orígenes de la humanidad, si bien la concepción como instrumento de participación por propia voluntad y con propósito específico se fue construyendo a los largo del tiempo, desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días.

En nuestro país, los estudios sobre procesos asociativos en el sector rural han sido objeto de interés desde distintas perspectivas ‒social, económica, legal, antropológica, ambiental‒ y con diferentes enfoques ‒sociales, de prácticas productivas, legales de instrumentación, tareas de extensión y desarrollo rural, entre otros‒ siendo, en algunos casos, necesario un abordaje interdisciplinario.

Desde una perspectiva microsocial, muchos autores profundizan en los procesos asociativos a través de estudios de casos: unos ahondan en el vínculo entre capital social y desarrollo (Moyano Estrada, 2006); otros inquieren en los factores que influyen en la constitución y desarrollo de formas asociativas de PYMES agrícolas en el sur santafecino (extraído el dato a los fines de evaluación); en tanto que Gras y Hernández (2009) procuraron estudiar cómo la transnacionalización de los mercados afecta de manera determinante a las franjas más vulnerables de la estructura social agraria y/o las consecuencias del fenómeno sojero en la argentina; o descubrir cómo impacta el incremento del capital financiero a través de los fondos de inversión directa y pooles de siembra (Cristiano, 2007; Grosso y otros, 2010). Dentro de este conjunto de estudios, aquellos autores preocupados por el desarrollo territorial (Lattuada, 2014; Lattuada y otros, 2015a; 2015b; Sili, 2005; 2007; 2011a; 2011b) analizan los procesos asociativos porque consideran que agregan valor para el mejoramiento sostenido de la calidad de vida de las personas y el desarrollo de un país.

A partir de los diferentes estudios y análisis que se han realizado en torno al asociativismo, en Argentina se observa que a medida que se va transformando el sector agropecuario, se van perfilando nuevos modelos y lógicas asociativas; esto tiene que ver con la apertura a los mercados, con la ampliación de las capacidades tecnológicas y de gestión, y con el rol del Estado y de los sectores privados, así como con el modo en que la ruralidad se encuentra y se articula con lo urbano y se entremezcla con la cooperación y la competencia. Estos aportes constituyen un abordaje necesario para la comprensión de las formas asociativas y de los productores que integran estos asociamientos.

Por todo lo expuesto, el presente trabajo tiene por objetivo general analizar y explicar el funcionamiento de las diferentes estrategias asociativas que se organizan en el sector agropecuario en el sur santafecino durante el período 2017-2019. Del cual derivan los siguientes objetivos específicos: describir la trayectoria de los actores participantes en los grupos asociativos y los motivos que incentivaron la creación de dichas asociaciones.

Se plantean como interrogantes principales conocer ¿Cuáles son las motivaciones que tienen los productores agropecuarios para construir proyectos productivos en forma conjunta en el sur santafecino? y ¿Qué estrategias asociativas se pueden identificar? y ¿cómo impactan cada uno de ellos sobre los territorios rurales?

Después de esta introducción se compendia una síntesis de antecedentes respecto al origen del asociamiento agrario en Argentina. Luego, se esboza un apartado de metodología para dar cuenta del proceso de investigación desarrollado. A continuación se exponen los resultados dispuestos en tres partes: a) características generales de los grupos estudiados, b) representaciones del asociativismo ‒a partir de ideas, motivaciones e intereses‒, y c) identificación de estrategias asociativas. Se concluye con reflexiones finales que abren las puertas a futuras investigaciones.

Estado del arte

Etimológicamente la palabra asociativismo deriva del vocablo “asociación” definido como “acción y efecto de asociar o asociarse” o “conjunto de los asociados para un mismo fin y, en su caso, persona jurídica por ellos formada” (RAE, 2011) y ambas ideas se vinculan al origen de la cooperación. En Argentina, el cooperativismo adquiere relevancia a mediados del siglo XIX, con el surgimiento de las cooperativas fundadas por agricultores que tenían dificultades para subsistir y/o crecer en forma aislada.

Genéricamente suele enunciarse que “la asociación es un agrupamiento que persigue un fin común” (Formento, 2005). En este sentido, aclara el autor, la asociación o asociamiento refiere tanto a la acción como al efecto de asociarse y dentro de esta modalidad de agrupamiento, se distinguen varias especies: las asociaciones sin fines de lucro (simples asociaciones, asociaciones civiles, fundaciones, mutuales y cooperativas) y las asociaciones con fines de lucro, tales como sociedades civiles, las comerciales (en cualquiera de sus tipos), los contratos de colaboración empresaria en sus dos modalidades; las agrupaciones de colaboración empresaria (ACE) y las uniones transitorias de empresas (UTE), así como otros tipos de contratos asociativos que, sin ser sociedades, hacen a la cooperación interempresarial (Formento, 2005, p. 11).

Más allá del perfil social que detenta el individuo a lo largo de la historia, de la propiedad privada, los derechos individuales y las formas jurídicas, que legitiman las conductas y establecen pautas de comportamiento, existen motivaciones personales que hacen que el individuo se decida a compartir, colaborar o emprender proyectos conjuntos.

En el asociacionismo agrario en la Argentina se inscriben experiencias y acciones colectivas heterogéneas cuyos desarrollos se corresponden con los períodos: 1850-1930, 1930-1990 y 1990-2001 (Lattuada, 2006). La primera etapa estuvo determinada por una incipiente constitución del Estado y del sector agrario. No existía un marco regulatorio para la actividad cooperativa y era originario el surgimiento de algunas experiencias de cooperativas de consumo tales como El Colmenar, fundada en Paraná, Entre Ríos, creada por dos naturalistas franceses en 1865 y una cooperativa de colonos suizo-alemanes, creada en 1878 en Esperanza, provincia Santa Fe, que también se agrupaban para mantener viva su cultura de origen. En el sector rural, se considera que la primera experiencia es la Sociedad Cooperativa de Seguros Agrícolas y Anexos Limitada en Pigüé, provincia de Buenos Aires, fundada en 1898 y que aún continúa operando bajo el nombre El Progreso Agrícola Cooperativa de Seguros Ltda. (Drimer y Kaplan de Drimer, 1984). Al decir de Lattuada, “En este contexto se crea en 1866 la Sociedad Rural Argentina (SRA) como una asociación de grandes propietarios de tierras pampeanos que, a su vez, tenían intereses en el comercio y en las finanzas” (2006, p. 66).

Alrededor de 1910 el modelo agroexportador empezó a esbozar sus primeras señales de crisis y comenzaron a surgir las protestas y las primeras huelgas de los productores agrícolas en la región pampeana. Estos reclamos se van agravando y ampliando, lo que da impulso al desarrollo del movimiento cooperativo. En el curso de la histórica protesta de arrendatarios y pequeños productores rurales conocida como “Grito de Alcorta” se crea, en el año 1912, la Federación Agraria Argentina (FAA) (Barsky y Gelman, 2009).

En 1926, se crea la Ley de Cooperativas que instituye un marco regulatorio para la organización y el funcionamiento de esta forma de asociamiento. En toda esta etapa, el cooperativismo del tipo organizacional institucional consecuente ha ejercido un rol destacado en el sector de los pequeños y medianos productores agropecuarios, donde las prácticas institucionales son afines con los valores y principios que le dieron origen (Lattuada, 2006, 2014).

En la segunda etapa, la estructura agraria sufrió profundas transformaciones; desde 1930 comenzaron masivamente desalojos de arrendatarios en toda la pampa húmeda (Barsky y Gelman, 2009, p. 321) y el sector agropecuario comenzaba a ser desplazado por un modelo industrial sustitutivo de importaciones.

A partir de la década del 50’ se inicia un proceso de integración de cooperativas que llevó a crear federaciones y/o cooperativas de segundo grado, como la Federación de Cooperativas Entrerrianas (1930) y la Asociación de Cooperativas Rurales de Zona Central que nace en Rosario en el año 1922 y en el año 1944 cambia su nombre por Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA); y cooperativas de tercer grado como CONINAGRO, asociada en 1956, y COOPERAR que se constituye en 1962 (Sili, Sanguinetti y Meiller, 2013).

Durante el gobierno dictatorial que llegó al poder a partir de 1976 las cooperativas resistieron en un contexto de dificultades productivas alcanzando un destacado papel en la evolución económica y social del sector agrario argentino, naciendo las cooperativas con diversos fines: de consumo, de trabajo, de crédito, de vivienda, de servicios públicos, por mencionar algunas con los propósitos de mejorar la producción, comercialización y/o distribución de bienes y/o servicios (Drimer y Kaplan de Drimer, 1984). Hasta el año 1990, el concepto de asociativismo rural estaba estrechamente ligado al cooperativismo (Lattuada, 2006, 2014).

A partir de entonces, los cambios en la economía mundial y la aplicación de políticas internas basadas en planes de ajuste estructural generaron una disyuntiva en el sector agropecuario. Por un lado, se duplicó la producción y la exportación de granos y otros productos de este origen, y por otro, se forjó una estructura agraria concentrada, a consecuencia de un presuroso proceso de endeudamiento y expulsión de pequeños y medianos productores. Para atenuar esta situación, durante este período, emergieron nuevas formas asociativas como las asociaciones civiles y sociedades de hecho, promovidas desde el sector gubernamental a través del Programa Cambio Rural, creado en el año 1993 por la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Nación, implementado desde el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y con la participación de los gobiernos provinciales y las instituciones y entidades del sector agrario, como un mecanismo para dar respuesta al modelo neoliberal de los años ’90 (extraído el dato a los fines de evaluación).

El cooperativismo agropecuario fue adoptando una organización institucional paradojal manteniendo formalmente la fidelidad a los principios fundacionales, pero en la práctica acogiendo acciones diferentes. Las principales asociaciones agrarias argentinas ‒SRA, FAA, CARBAP, CONINAGRO‒, fundadas desde finales del siglo XIX, van perdiendo representatividad debido a la reducción del número de asociados y la baja participación de los productores. A la vez, surgen nuevos actores: los propietarios rentistas, los prestadores de servicios agrícolas locales o contratistas y los productores empresariales que provocan cambios en las estructuras y las asociaciones agrarias (Lattuada, 2014).

Las condiciones que definieron el contexto de acumulación de los noventa cambiaron a partir de la crisis del 2001. A partir del 2003, las políticas gubernamentales han reorientado los fines perseguidos para el fortalecimiento de las asociaciones de la agricultura familiar, que manifiestan una gran diversidad, heterogeneidad y mezcla de caracteres. Lattuada, Nogueira y Urcola (2015 a) construyeron una tipología acerca de las experiencias existentes en la realidad que, si bien no revela la totalidad de casos, ofrece un amplio y representativo modelo constituido por: a) Grupos o formas proto-asociativas; b) Asociaciones simples o primarias; c) Sociedades comerciales; d) Redes de asociaciones y empresas; y d) Redes asociativas complejas público/privadas.

Queda claro que un grupo asociativo se constituye con base a diferentes lógicas y puede explotar actividades diversas bajo distintas modalidades, pues no es la figura jurídica la determinante del asociamiento. De hecho, el asociativismo en el sector rural de la Argentina fue adoptando distintos modelos y desplegándose más allá del espacio económico del mercado, integrando sectores no lucrativos, privados y públicos, incluso atravesando las fronteras del país e integrando experiencias internacionales.

Metodología

Este trabajo, abordado con una metodología cualitativa (Hernández Sampieri y otros, 2010) de tipo interpretativo (Vasilachis de Gialdino, 1992 a: 43, en Vasilachis de Gialdino, 2006:48), se realizó mediante el diseño de estudio de casos (Neiman y Quaranta, 2006).

Los casos se seleccionaron en relación al objeto de estudio. El universo fue el conjunto de asociaciones o grupos asociativos del sector agropecuario del sur santafecino en el período 2017-2019. De este universo, luego se realizó una selección de casos, siendo un estudio de casos múltiple.

El alcance se limitó a estudiar en profundidad cuatro casos representativos de formas asociativas con fines productivos, promovidas por los propios productores, localizados en las localidades de Felicia, Gálvez, Esperanza y Máximo Paz.

Para el criterio de selección de los casos se observaron las tipologías empíricas de asociamiento según las singularidades productivas (agricultores de zona netamente agrícola, típicamente ganaderos en una zona agrícola-ganadera y quienes desarrollan ambas actividades) y antecedentes de asociamientos previos, lo cual facilitó el primer contacto para luego acceder a las fuentes de información.

En cuanto a la técnica para la obtención de información, se realizaron entrevistas en profundidad a cada asociado de los respectivos asociamientos. Se consideraron dos niveles de análisis, el primero abarcó el colectivo o la asociación y el segundo, los propios sujetos involucrados o asociados, es decir, los integrantes de la asociación que forman parte de esos grupos. El relevamiento se efectuó entre diciembre de 2017 y mayo de 2018.

En la categoría de análisis “caracterización general” se tuvieron en cuenta las siguientes dimensiones: los asociados al grupo, localización, edad de los asociados, lugar de residencia y de explotación. En las otras categorías referidas a producción y tecnología; financiamiento y excedentes, y asociativismo, fueron tenidas en cuenta las estructuras objetivas ‒de capital económico, cultural, social y simbólico‒ y subjetivas –creencias, ideas y representaciones de los productores y su impacto sobre el grupo en particular, en torno a la cuestión del asociativismo‒, teniendo en cuenta la perspectiva sociológica de Bourdieu (Bourdieu y Wacquant, 1995).

Aproximación al estudio desde el enfoque bourdieano

La sociología estudia los fenómenos colectivos dentro del contexto histórico-cultural en el que se encuentran inmersos. El enfoque de Pierre Bourdieu ayuda a comprender el fenómeno asociativo, advirtiendo que no es posible conocer un objeto sin tener presente la objetivación del sujeto. Bajo esta mirada, las prácticas o acciones sociales son el resultado de agentes sociales que tienen restricciones pero que también tienen capacidad de reflexión, decisión y acción sobre lo que hacen y sus razones, sean estos condicionantes externos o incorporados.

Por este motivo, se sustenta que la lógica asociativa está atravesada por una lógica práctica que está determinada tanto por condiciones objetivas ‒externas al sujeto‒ como por condiciones subjetivas ‒internas‒, incorporadas en los individuos a través de la historia, lo que Bourdieu denomina “habitus” (esquemas de percepción, pensamiento, motivación, valoración y acción). “Es el habitus, un sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y estructurantes, adquirido mediante la práctica y siempre orientado hacia funciones prácticas” (Bourdieu y Wacquant, 1995: 83) A la par, este autor postula que las relaciones entre los agentes se desarrollan dentro de un “campo social” que se va conformando de acuerdo a ciertos elementos clave: la “posición”, es decir el lugar que cada agente ocupa en el campo y que depende de la “estructura de capitales” ‒económico, cultural, social y simbólico‒, los “intereses” ‒genéricos, asociados al hecho de participar en el juego y que tienen en común los agentes comprometidos en dicho campo, y específicos, que se definen por el nudo de relaciones y se determinan por las posiciones relativas que los individuos ocupan en el campo.

Teniendo en cuenta ello, las prácticas asociativas son prácticas sociales estructuradas como sistemas o nudos de relaciones entre individuos, con intereses tantos genéricos como específicos comprometidos y una estructura de capitales ‒económico, cultural, social y simbólico‒, que define lo que está en juego ‒producir y obtener resultados‒. Bourdieu lo concibe como un “espacio de juego” ‒de conflictos y competición‒ con dinamismo, que existe siempre y cuando haya jugadores o agentes dispuestos a jugar que crean las recompensas y las persiguen activamente.

El enfoque de Bourdieu, no sólo tiene el mérito de explicar y comprender de una manera más acabada la lógica real de las prácticas ‒asociativa en particular‒ que la teoría de la acción racional simple desconoce o no completa. Implica a la vez encontrar los “orígenes” de las actuaciones y descubrir los “sentidos” de esas prácticas que llevan a sus asociados a actuar de esa manera y no de otra. A través de las relaciones que se dan en un grupo asociativo y el sistema de disposiciones o “habitus” incorporados por los asociados, se procurará entender la dinámica de la lógica asociativa como práctica social y estrategias de decisión.

Resultados

La incertidumbre del sector agropecuario, forjada desde la organización de la economía agroexportadora pampeana y acentuada en los últimos años del siglo XX (Barsky y Gelman, 2009), y el acelerado proceso de transformación productiva con una clara orientación hacia el aumento de escalas, fueron las fuerzas que impulsaron a numerosos productores agropecuarios a buscar nuevas formas de agrupamiento que les permitieran sostenerse o avanzar en el desarrollo de sus negocios.

En el sur de la provincia de Santa Fe, se evidencia que las innumerables experiencias asociativas en el sector agropecuario han permitido mayores rendimientos, mejores encadenamientos productivos y mayores beneficios (Gras y Hernández, 2013), lo cual permite pensar que las diferentes formas de asociamiento representan una opción significativa para los productores agropecuarios con fuerte impacto para el sector y el desarrollo territorial.

Si bien en el ámbito rural existen diferentes grupos asociativos, comprender sus maneras de conexión y actuación, así como identificar si se trata de experiencias aisladas o puntuales o si se construyen para dar impulso al desarrollo territorial, visibilizarlos no resulta fácil. Los productores constituyen una realidad diversa debido a orígenes y niveles de desarrollo y consolidación diferentes. El dinamismo se deja ver al constatar que, de manera asociada, han podido movilizarse en búsqueda de mejores alternativas y resultados.

a) Características generales de los grupos estudiados.

Grupo asociativo 1: se encuentra en la localidad de Felicia, del Departamento Las Colonias. Integrado por ocho personas, entre 51 y 65 años de edad, casi todos residentes y propietarios de campos en esa localidad, a excepción de una persona que reside en la ciudad de Esperanza. Cada uno de los asociados posee entre 130 y 300 hectáreas de campos propios que explotan en forma propia junto a su familia y algunos empleados. Sus explotaciones se ubican cerca unas de otras y son calificados como “pequeños productores” por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) de la zona, en relación a la identificación y caracterización de la unidad y sistema productivo que emplean. Los asociados también se consideran en esa condición.

Este grupo se conformó en el año 1985 con el objetivo de comprar y compartir el uso de maquinarias. En el año 2010, decidieron instituirse como Sociedad Anónima formalizando su constitución y funcionamiento. Se financian con recursos propios o a través de entidades bancarias y reinvierten en tecnología grupal. Simbolizan al asociamiento como una práctica y un medio para salir de la crisis o del estancamiento. Manifiestan interés en permanecer en el grupo.

Grupo asociativo 2: se localiza en la ciudad de Gálvez, departamento de San Jerónimo. Integrado por tres personas entre 36 y 50 años de edad. Uno de ellos tiene 172 hectáreas propias y trabaja 1418 hectáreas de campos arrendados, otro posee junto a su familia 450 hectáreas propias y trabaja 550 hectáreas de campos arrendados, y el tercero tiene 600 hectáreas propias y arrienda 100 hectáreas. Es un grupo no formalizado y su asociamiento se remonta al año 1995 con el objetivo puntual de comprar una máquina pulverizadora para que cada uno trabajara sus campos y obtuviera mejor rentabilidad. Utilizan financiación bancaria y sus excedentes se destinan para la renovación de maquinarias y recapitalización de la actividad propia. Es relevante destacar que los tres socios tienen otras experiencias asociativas. Dos socios de este grupo, a su vez, integran otros grupos asociativos para compartir otras maquinarias y el tercero está asociado a varias entidades y no duda en buscar ayuda o asesoramiento cuando lo requiere. Representan al asociamiento como una estrategia para cumplir un fin.

Grupo asociativo 3: se localizó en la ciudad de Esperanza, cabecera del departamento Las Colonias. Integrado por tres personas, dos de ellos tienen 35 y 36 años de edad respectivamente y el tercero 65 años de edad. Son productores que se dedican a la actividad tambera ‒explotación familiar‒ y a la actividad agrícola de forma individual (dos de ellos explotan alrededor de 500 hectáreas y el tercero más de 1000 hectáreas); además, en forma conjunta, este grupo arrienda en este momento alrededor de 1600 hectáreas de campo para la producción agrícola. El grupo se originó en el año 1998 constituido como Sociedad Anónima. Con el auge de la siembra directa decidieron comprar una sembradora para brindar servicios. Se financian a través de créditos bancarios, leasing, ventas anticipadas y un fideicomiso. Los excedentes se reinvierten en tecnología grupal e individualmente para la mejora de la calidad de vida de los socios y sus familias. Representan al asociamiento como una herramienta básica para la capitalización tecnológica y el crecimiento.

Grupo asociativo 4: localizado en Máximo Paz, departamento de Constitución. Conformado por tres personas, dos de entre 51 y 65 años de edad y el tercero de entre 20 y 35 años de edad. Cada socio tiene alrededor de 100 hectáreas y cada uno trabaja su campo. El grupo se instauró informalmente con el objetivo de compra y uso de maquinarias. Se valen de financiamiento bancario. Los excedentes se distribuyen entre los socios en proporción a los aportes realizados. Representan al asociativismo como una forma de trabajo ventajosa y como la única alternativa viable para producir y adquirir tecnología.

b) Representaciones de las trayectorias de los asociamientos.

Después del esclarecimiento de cada uno de los grupos asociativos se efectuó un análisis horizontal y transversal de los casos.

Una primera comparación se efectuó teniendo en cuenta las trayectorias asociativas de estos grupos. Se evidenció que informalmente todos los grupos se conformaron durante el período 1985-1994. Por entonces, la expansión de la agricultura se estrechó e internamente existían posibilidades de expandir la oferta exportable mediante la incorporación de paquetes tecnológicos que estaban disponibles en el mercado pero eran costosos. El asociamiento se visualizó como la mejor alternativa para superar esa barrera.

A través de los relatos se identifica que los cuatro grupos se regulan por pautas internas compartidas que orientan su accionar, sin embargo dos de ellos (G1 y G3) deciden instaurar un marco formal al asociamiento derivado de una necesidad de adecuamiento a las formas impositivas y financieras. En tanto que los G2 y G4 eligen extender sus lazos asociativos informalmente ‒argumentando respeto, confianza y familiaridad en el trato‒ revalidando la preponderancia de estos valores para la unidad grupal más allá de la rentabilidad o interés económico.

Los puntos de vista personales conllevan a evaluar la permanencia o no en los asociamientos, si bien todos defienden la modalidad asociativa como un instrumento o estrategia eficaz para el sector agropecuario, especialmente quienes exhiben una perspectiva empresarial.

El G1 es el más uniforme en relación a la edad promedio de sus integrantes (entre 51 y 65 años de edad), todos sus asociados asumen una conducta más conservadora en relación a la forma en que sostienen sus esquemas de trabajo y preservación de sus propias explotaciones. Los otros grupos (G2, G3 y G4), donde la edad promedio de sus integrantes es menor a 50 años, adopta una mentalidad más abierta. Se explica que las trayectorias de los asociados influyen en sus modos de pensar y actuar. Así, todos los miembros de un grupo que están en la etapa de madurez ‒después de los 50 años en promedio‒ priorizan la estabilidad frente al riesgo, lo conocido frente a lo desconocido, lo cercano frente a lo distante, adoptando decisiones más racionales y enfocadas en el corto plazo. En tanto que las personas más jóvenes o que están en una etapa de vida adulta temprana, se enfrentan a retos, rigiéndose por la expansión a futuro, estando atentos a las oportunidades más afines al mediano y largo plazo.

En lo que hace al lugar de residencia, casi todos residen en la zona donde trabajan a excepción de una persona del G1. Asimismo, la mayoría de ellos, los integrantes de los grupos G2, G3 y G4, expanden sus labores más allá del lugar de residencia.

Con referencia al lugar de explotación, todos los integrantes de estos grupos aumentaron la superficie cultivada. Es innegable comprender y aceptar el impacto positivo derivado de la experiencia asociativa, sin embargo, la mayoría de los productores, a pesar del reconocimiento de las mejoras económicas, no advierten estos impactos a nivel territorial (Sili, 2005).

b-1) Capital económico: en relación a los tipos de actividades y modos de producción, se observa que ninguno de los integrantes de ningún grupo dice haber disminuido la superficie trabajada. También se dilucida que la cantidad de maquinarias se había acrecentado en todos los casos, inclusive quienes no aumentaron la superficie trabajada sí aumentaron la cantidad de maquinaria utilizada. La necesidad de renovar las maquinarias emerge como el principal impulso para la conformación del grupo asociativo y la estrategia asociativa como instrumento principal para la innovación.

A través de la incorporación de tecnología los productores explican que acrecentaron su capital económico, declarando que no pueden verse a sí mismos haciendo otra actividad que no sea la que realizan en el presente. Vinculado al modelo asociativo, todos manifestaron su conformidad explicando su utilidad para alcanzar el objetivo propuesto y seguir desarrollando sus actividades.

En congruencia con los objetivos personales y del grupo, los beneficios se evalúan desde el mismo punto de vista ‒económico‒, proyectándose hacia el interés de invertir en el sector y crecer. Todas las decisiones y acciones estratégicas se orientaron en pos del objetivo ‒compra y recambio de maquinarias‒, no siendo llamativo que la medición de resultados se realice desde la perspectiva económica. No obstante, varios productores con una visión empresarial, como los asociados de los G2 y G3, valoran el incremento de capital social ventajoso para emprender nuevas oportunidades de negocios y descubrir el asociativismo como un instrumento para obtener rentabilidad superior y crecimiento sostenido.

b- 2) Capital cultural: las representaciones, habilidades, actitudes y aptitudes de los asociados afirmaron la idea de adquirir herramientas y soporte tecnológico en pos de mantener su posición social. No sólo la tecnología es un limitante para el desarrollo, también lo es la forma de explotación individual y aislada que dificulta la adquisición de conocimientos precisos. En general, todos los productores se fueron adaptando al nuevo contexto que los llevó a acrecentar los capitales cultural y social, quizás de manera no planeada.

b-3) Capital social: con el asociamiento se incrementaron las relaciones y las comunicaciones. El G1 incrementó sus conocimientos técnicos que capitalizaron en nuevos aprendizajes. Los G2 y G3 ampliaron el campo de relaciones informales fomentándose nuevos vínculos asociativos. El G4 valoró los conocimientos y aprendizajes recibidos destacando que el apoyo de gestión es fundamental para las decisiones de inversión y financiamiento. En todos los grupos se estima valioso el incremento de capital social creyéndose necesario, ya sea para generar una ventaja competitiva, sumar asesoramiento o adquirir aprendizajes.

La interacción humana es imprescindible para la constitución y permanencia de un grupo asociativo comprobándose que las estructuras objetivas subyacen en las subjetivas y se manifiestan a través de los esquemas de pensamiento, percepción y valoración, tal como enuncia Bourdieu (2007). Aspectos subjetivos, como la amistad o la valoración del compromiso, dar la palabra, o la historia de unión y amistad en relación a la pertenencia y sostenimiento del grupo son valías destacadas, sin embargo, el motivador que preserva la cohesión grupal se identifica con factores objetivos, primordialmente de orden económico.

Se entiende que las propias prácticas productivas conllevan a recrear o reinventar lógicas de asociamiento. En todos los casos, especialmente al lograrse resultados positivos, las formas asociativas son defendidas y conllevan al planteo de desafíos y reconocimiento de nuevos intereses. Las valoraciones, en sintonía con las percepciones, han ido cambiando, interpretándose congruencia entre los modos de pensar y actuar con preeminencia de las motivaciones y los intereses genéricos y específicos (Bourdieu, 2007).

b-4) Capital simbólico: alude al poder intangible que emana de la dignidad y el esfuerzo por lo conseguido. Expresado por los asociados en palabras tales como: “no querer perder lo ganado” o “no había nada que perder”, percibiendo que “nada” es “todo”. El todo y la nada exhiben un fuerte sentido de pertenencia reflejada en la irrevocable actitud de la mayoría de los productores agropecuarios que declaran: “no salir del negocio aún si el mismo dejara de ser rentable”. Esta lógica podría asociarse a la racionalidad de los “productores familiares capitalizados” (Gras, 2009).

Las actitudes y motivaciones se ven reflejadas en la principal estrategia que determinó la decisión del asociamiento bajo diversas modalidades. Es importante aclarar que dichas estrategias son mecanismos que, por un lado, posibilitan la decisión, pero por otro lado, pueden considerarse como estrategias generales de reproducción (Bourdieu, 2007), donde el imaginario de éxito y prestigio se pone en escena y asume un rol dominante en la lógica asociativa. Pensar en términos de relaciones conlleva a bucear en las prácticas sociales estructuradas entre esos agentes (Bourdieu y Wacquant, 1995) y lo que está en juego es “producir para obtener beneficios”, este es el fin que le da impulso a las estrategias de asociarse.

La mayoría de los productores han vivenciado prácticas asociativas voluntarias, más aún, todos los asociamientos se iniciaron informalmente buscando apoyo, ayuda o respaldo. La solidaridad surge como denominador común, emergiendo además, el hecho de que los productores vislumbraron al “asociamiento” como una oportunidad para sí mismos y para otros productores, es decir como una solución a los problemas propios y de los otros, elevando la autoestima y la motivación. De este modo, se puede entender por qué ciertos productores “reproducen” formas asociativas, mientras que otros pelean en aislamiento para sobrevivir.

Para algunas personas, la pertenencia a grupos asociativos puede operar como plataforma para alcanzar resultados económicos, sociales o personales, además de proporcionarle una mayor autoestima al grupo de pertenencia. En todos los casos, las motivaciones son reveladoras de intereses y resultados esperados y no buscados. En resumen, la idea motivadora, la experiencia, los aprendizajes y los mismos resultados condicionan las lógicas asociativas. Esto combinado con la estructura de capitales, influye en la toma de decisiones. Es importante aclarar que los aspectos mencionados no siguen un comportamiento unidireccional ni secuencial, pero guían el accionar.

En la reproducción de las prácticas compartidas se va estructurando el .habitus. (Bourdieu, 2007) que designa el lugar de los productores dentro del grupo, determinando los tipos de relaciones y las condiciones de existencia, concertando un objetivo compartido. Esas prácticas que se configuran en la dinámica grupal, producto de las relaciones sociales, posibilitan la ampliación de capitales y elevación de las motivaciones propias con independencia del grado de desarrollo grupal. Motivaciones más altas que se traducen en generar confianza, creer que hay una salida ante las dificultades económicas, sensación de no estar solo, seguridad de que el asociamiento funciona, perderle el miedo a no poder contar con recursos productivos y ver al asociativismo como oportunidad.

Bajo el enfoque bourdieuano, la noción de interés se contempla en sentido amplio incluyendo las nociones de prestigio, poder, riqueza, contemplando beneficios que no son del orden económico exclusivamente.

Los diversos tipos de capitales e intereses de los asociados son generadores de luchas y posiciones en los grupos sociales, que desde la “teoría del campo” se explican en términos de relaciones (Bourdieu y Wacquant, 1995), se integran con los intereses genéricos y las expectativas que atañen a cuestiones operativas o estructurales y subjetivas o valorativas. Entre las cuestiones operativas se incluyen la preocupación por la tecnología, los riesgos climáticos, económicos y/o cambiarios, la rentabilidad, el crecimiento y la competitividad del productor y del sector. Entre las segundas, los aspectos más valorados aluden a la preservación del asociamiento, la consolidación del grupo, el cuidado de las relaciones interpersonales y el miramiento para acceder a nuevas estrategias asociativas.

c) Estrategias asociativas

La necesidad de hacer frente a las condiciones del entorno, especialmente frente a un mundo globalizado, dieron origen a diversas formas asociativas con el fin de acrecentar la productividad y competitividad.

Los “habitus” de los individuos están condicionados por las trayectorias sociales, marcadas por las diferencias entre el capital de origen y el vigente, por las condiciones de adquisición y de utilización de esos capitales. Los asociados de un grupo están condicionados por la estructura de sus capitales y por los intereses y motivaciones, ligados a acontecimientos colectivos de dificultades compartidas y realidades personales. Esos “habitus”, que se explican en términos de relaciones (Bourdieu y Wacquant, 1995), condicionan las decisiones que son guiadas por esquemas prácticos y ciertas lógicas de comportamiento que revelan la aplicación de estrategias conservadoras y emprendedoras.

c-1) Una estrategia conservadora muestran los asociados de los grupos G1 y G4 que, anclados en la idea de “salvarse” o “no perder lo ganado”, actúan en forma reactiva, asumiendo riesgos mesurados y evitando dar pasos en falso. Poseen una mentalidad estructurada. Vigilan sus intereses, temen a las pérdidas materiales, por ello son guardianes del capital económico y custodios de la rentabilidad y posición lograda, los motiva ganar dinero, protegerse y gozar de una vida cómoda y tranquila. La balanza de la estructura de capitales se inclina hacia lo económico y la posición social conquistada.

c-2) Una estrategia emprendedora se evidencia en los asociados de los grupos G2 y G3 que, guiados por la idea de “mejorar lo ganado” y/o “crecer”, toman decisiones proactivas. Tienen una mentalidad más abierta, que cuestiona nuevas ideas o proyectos. Esta actitud se proyecta con una visión de largo plazo generando nuevas ideas, nuevos negocios, otras formas de asociamiento. En este tipo de estrategia subyace la necesidad de logros y éxitos que sirven para reforzar la autoestima. Alcanzar metas superiores, éxito personal, y creerse valorados y útiles por los demás son motivadores básicos. El capital económico es necesario, no obstante se requiere igual dosis de reconocimiento, prestigio, capital cultural y social, dado que una estructura de capitales desequilibrada refleja incompetencia y desinterés.

Reflexiones finales

Las condiciones históricas y sociales referidas a las concepciones, trayectorias y lógicas de asociativismo comentadas en el apartado de antecedentes fueron exploradas para entender la funcionalidad y racionalidad del asociamiento.

Las experiencias asociativas en Argentina, como ya se comentó, datan desde el siglo XIX vinculadas a los movimientos cooperativos, multiplicados durante 1930-1990. A partir de la globalización neoliberal, durante la década de 1990, en el sector rural se produjo un punto de inflexión. Precisamente, en el año 1993, las políticas gubernamentales fueron el motor básico para la conformación de pequeños grupos asociativos, registrándose como unidades esenciales para el sostenimiento y desarrollo del sector agropecuario y la economía local. Una década más tarde, producto de la reorientación de las políticas gubernamentales, surgía en el sector agrario un heterogéneo grupo de asociamientos con implicaciones territoriales no observadas primeramente. Aun así, considerando la reconstrucción lineal en las dimensiones lógico-formales y/o lógico inferenciales, conocer toda la realidad es epistemológicamente imposible.

Reconociéndose esta limitación y los múltiples puntos de vista en la descripción de las experiencias asociativas en Argentina, la condensación de los datos procesados y analizados se dispuso en orden secuencial al relevamiento realizado y respetando las categorías de análisis comentadas en el apartado de metodología, destacándose la dimensión sociológica con el propósito de percibir y entender las estrategias asociativas. Un análisis diacrónico a través de la revisión de antecedentes del desarrollo rural en la Argentina permitió identificar las estructuras asociativas predominantes a través del tiempo que coadyuvó al análisis sincrónico, estando al tanto de los hechos acaecidos en diferentes lugares durante el mismo período, identificándose cambios políticos, sociales y económicos que marcan puntos de inflexión del desarrollo del sector rural.

Entre los hallazgos del trabajo de campo se detectó que los asociados de ciertos grupos asociativos guardan otros intereses detrás de los propósitos específicos, coexistiendo en ellos diversas lógicas con fines diversos. Estas personas tejen asociaciones espiraladas que son válidas para establecerse, trabajar y prosperar.

Se advierte que coexisten ciertos grupos asociativos invisibilizados ‒más de lo que se sospechaba en las primeras aproximaciones del trabajo de campo‒ que detrás de la lógica asociativa manifiesta, al mismo tiempo, revelan otras razones o intereses que permiten que los productores continúen asociados, como por ejemplo reducir o encubrir costos.

Los pequeños grupos asociativos emplean una estrategia más conservadora, tienden a tejer hacia adentro y con irregularidades para resguardarse, custodiando la relación entre rentabilidad y riesgo. En tanto que las grandes empresas tejen en orden, formalizadas, para prosperar más usan estrategias emprendedoras, modificando los diseños estructurales y siendo, a la vez, fuente de inspiración para forjar nuevos fenómenos asociativos.

A partir de diferentes intereses, motivaciones y estructuras de capitales se descubrió la existencia de diferentes estrategias, algunas más conservadoras ligadas a intereses calculados y un comportamiento más prudente y otras, emprendedoras, proclives a asumir riesgos y aceptar desafíos, integrando las acciones para encontrar oportunidades y así poder innovar.

Hoy en día a nivel local y sectorial coexisten experiencias asociativas formales e informales motivadas por intereses explícitos y públicos e intereses implícitos y secretos. La conformación de entramados societarios no es cuestionada, aunque las estrategias asociativas adquieren mayor relevancia.

Cada una de estas formas asociativas no sólo se diferencia por sus formas de acción (actividades, dinámicas productivas, inserción en los mercados, etc.), sino también se infiere que podrían tener diferentes impactos sobre los territorios rurales. Los productores rurales tienen sus propios ritmos y necesitan tiempo para adquirir experiencia y absorber nuevas ideas. Cada colectivo emplea estrategias diferentes. Los grupos que detentan una estrategia conservadora exhiben una lógica de localización y generan mayor impacto a nivel local, en tanto que los grupos que emplean una estrategia emprendedora revelan una lógica de deslocalización y generan impactos más allá del ámbito local.

De aquí se desprende que la ampliación de los conocimientos sobre lógicas y prácticas asociativas no sólo favorece a los productores y asociados sino que también podría generar sinergia positiva en todo el sector rural. Las lógicas y prácticas asociativas se eslabonan en una cadena temporal y cada asociado va forjando un cúmulo de experiencias correspondientes cada una a un nuevo asociamiento, es un rasgo que a partir de las características y comportamientos de cada grupo adopta modalidades flexibles quebrantando los esquemas de reproducción (Bourdieu y Wacquant, 1995).

En algunos casos, cada asociado tiene una lista o red de asociamientos que bien valdría un estudio específico y podría servir para tener mayor aproximación acerca de qué lógicas o estilos asociativos actúan favoreciendo o inhibiendo el desarrollo del tejido social y del sector rural.

El principal aporte al trabajo de campo después de concebir a las estrategias asociativas como prácticas sociales complejas fue verificar que existen redes asociativas emergentes en el sector agropecuario del sur santafecino que pasan inadvertidas. Este conocimiento resulta significativo para ahondar en la profundización de las mismas dado que pueden desplegar procesos de innovación y desarrollos diferentes en el sector rural.

Concluyendo, se propone como futura línea de investigación una profundización en la red de asociamiento de cada asociado, ya que se detectaron muchos grupos invisibilizados sobre los cuales no existe información y dicha relación se cree que aún está en una etapa embrionaria de desarrollo. La evaluación de los modelos asociativos tras un estudio con una muestra más amplia de una red asociamientos permitiría complementar los resultados obtenidos y dar información general sobre esos casos.

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Vasilachis de Gialdino, I. (Coord.). (2006). Estrategias de investigación cualitativa. Barcelona: Gedisa.

Recepción: 13 Abril 2023

Aprobación: 25 Octubre 2023

Publicación: 01 Diciembre 2023

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